Hoy, que es día de fiesta y en España, fiesta grande de esas que gustan a los de derechas de toda la vida; uno de esos jueves que relucen más que el sol, me siento obligado a escribir sobre la maestría con la que la iglesia católica, apostólica y romana ha sabido manejar siempre la simbología y las claves de la comunicación para que su doctrina conectara con todos.
Cuando, en el principio, la cosa se dirigía a judíos, griegos y romanos, la dificultad de transmisión era mínima, pues un elevadísimo porcentaje de la población dominaba la lectura y la escritura. A medida que esa alfabetización inicial daba paso a la barbarie, la cosa se complica y vemos que las artes ornamentales toman el relevo de las letras para seguir manteniendo la intensidad del discurso. Los mosaicos bizantinos de Venecia toman el relevo y sus elementos van constituyendo un alfabeto que nace y se olvida a lo largo de los siglos: el dorado de la sanidad, las botas rojas de los reyes romanos (causa de muchos problemas para César), y otros muchos que no conozco pero que los expertos van identificando sin problemas ante cualquier composición de cualquier época.
Los siglos pasaron y la penuria, la oscuridad y la incultura imperaron en Europa durante los negros años de la baja edad media, época e la que se perdieron las artes decorativas, las industrias y la riqueza para mantenerlas y hasta que el tímido renacer del románico no lo permitió, no volvemos a encontrarnos las pinturas planas con los cristos reinantes y las rústicas esculturas con mensaje, o más bien, como dice un amigo, con recado, que están casi borradas y tampoco eran, es su plenitud, muy explícitas.
Pero la cosa se fue arreglando poco a poco y del Císter surgió el Gótico y la piedra se hizo cristal y con el cristal llegó una oportunidad estupenda para componer escenas y dar mensajes. La cosa se perfeccionó y hace años que mantengo que los primeros cómics de la historia se generaron en las vidrieras góticas para explicar a los analfabetos, casi todo el pueblo, la historia sagrada, las escrituras y, muy especialmente, las penas del infierno que aguardaban a todos los rebeldes que no obedecieran como estaba mandado. Si alguien tiene alguna duda al respecto, que visite la Saint Chapelle parisina y verá cómo una iglesia se pone al servicio de esa función de cómic explicativo, eliminando todas las paredes a favor de esa estupenda misión de propaganda. Hasta que el moderno Calatrava no pusiera la última tecnología y los más avanzados materiales a trabajar para conseguir el sueño del gótico, esa construcción supone, a mi juicio, la consumación del estilo gótico: siempre hacia arriba, siempre al servicio de la luz y ni una piedra de más, solo se materializan las líneas de fuerza que llegan al suelo para conectar el cielo y la tierra.
Bueno, pues con esa capacidad de comunicación, a la que inexplicablemente renuncia la reforma protestante, se va perfeccionando la cosa y los mensajes permanecen en el tiempo dando idea de la evolución del pensamiento y del cambio de los tiempos. Y entonces, justo cuando esa evolución se pone de manifiesto y hay desajustes, es cuando aparece el dilema de los responsables: ¿Hay que cambiar los mensajes y primar la comunicación o dejarlos y primar el arte que en su día hizo posible la comunicación favoreciendo la forma sobre el fondo? Que el lector juzgue por si mismo.
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