Desfile de sombras en la caverna de Platón, pálido reflejo de una realidad desconocida.
El pasado domingo, en un artículo de Mario Vargas Llosa, el escritor comentaba las paradojas que se encuentra en sus viajes a Israel; la contraposición entre las actitudes y acciones emprendidas por grupos, asociaciones y particulares y las espeluznantes acciones gubernamentales que colocan al estado de Israel a los pies de los galopantes caballos de la opinión mundial.
El autor narraba, como de pasada, las meritorias vidas de los que levantan de nuevo las casas de familiares de terroristas árabes que el ejército destruye; las acciones de protesta de muchos colectivos y grupos políticos y el desprecio gubernamental por estos ciudadanos.
La reflexión, que es la misma para Israel y para cualquier país, tema o situación, es que todos tocamos de oído sin saber de verdad ni dónde está, ni cual es la partitura que se ejecuta; que sabemos lo que nos dejan saber los medios de comunicación y los gobiernos, de manera que nuestra opinión está, seguro, deformada por los intereses de unos y otros.
Me pregunto si podemos posicionarnos sobre la gran mayoría de las noticias sabiendo que los datos que tenemos y que permiten que formemos un juicio sobre algo, son tan poco fiables. Desde luego, en la actividad laboral diaria, creo que nadie orientaría la estrategia de la que depende el futuro basándose en algo tan frágil, poco fiable y adecuado como es la información que recibimos diariamente.
Y el caso es que, sabiendo que lo que acabo de comentar es cierto, no podemos vivir sin tener claras las referencias, las distancias y las coordenadas; esas que nos hacen reconocernos en el espectro político o moral y nos sitúan en un lado o en otro. Necesitamos poder opinar y creer que la opinión emitida es cierta, coherente, razonada y razonable, pero eso es un espejismo y todos somos, con respecto a la verdad de la información, como los habitantes de la caverna de Platón: espectadores lejanos de la sombra de realidad que alguien nos deja vislumbrar.
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