¿Cuantas galaxias caben en nuestra capacidad de comprensión?
¿Dónde está el límite de nuestro intelecto?
En vista de que la política ha decidido instalarse en el subsuelo intelectual habitado por los protozoos y faunas similares; dado que la lectura de los diarios nos transporta a las rojas zonas de la irresponsabilidad, el corto plazo, la desinformación y la exaltación de los más bajos instintos, decido refugiarme en los sites de divulgación científica en busca de esperanza.
Y la esperanza llega aportando datos, cifras, titulares y noticias que hacen pensar en que el hombre todavía puede girar sus ojos hacia un panorama más elevado; hacia una actividad cuya recompensa se basa en la búsqueda de horizontes más lejanos que agranden el acervo común del conocimiento, esa hucha en la que la humanidad deposita los capitales que rinden intereses en forma de mejores condiciones de vida, salud, cultura y otros valores realmente importantes.
En esos paseos encuentro, de vez en cuando, datos que son espectaculares. Por ejemplo: “ha realizado un estudio intensivo de más de 446.000 galaxias”. Así, como quien no quiere la cosa, nos colocamos ante un hecho poco menos que imposible: estudiar casi medio millón de fuentes de datos, sus correspondencias, tendencias, alineaciones, parámetros estadísticos etc para luego ser capaz de escalar y pasar del dato a la información y de la información al conocimiento. Espectacular. Y es en ese momento en el que me acuerdo de datos sueltos que he ido conociendo, del valor de los datos, de su búsqueda, de Kepler implorando a Ticho Brahe que le diera los datos de observación del perihelio del sol, del inmenso empeño por conocer, medir, pesar y establecer leyes con las que validar los datos y predecir otros: la lucha por el saber.
Lo que se está cociendo en las cátedras de astro física de las mejores universidades es digno de estudio y seguimiento, pero a los medios no les parece digno de mención, excepción hecha de algún titular suelto desde el que machacar con los paradigmas de sus posicionamientos ideológicos, pero los paseos por los artículos de divulgación me reconfortan, de verdad.
En esos artículos se plasma todo el potencial de la libertad de pensamiento, la enorme altura que puede alcanzar el hombre cuando pone toda su capacidad intelectual al servicio de una idea, de un trabajo, de un sueño; de una meta tan alta como es el conocimiento sin matices, sin trabas, sin reglas previstas. El maravilloso proceso de enfrentarse a los hechos sin ideas preconcebidas nos lleva a destinos que nunca hubiéramos soñado y que son posibles sólo por el hecho de no poner condiciones previas, barreras o tabúes con los que recortar las posibilidades encontradas.
Pensar, hace poco más de cien años, en la posibilidad de manejar esa enorme cantidad de datos; en poder abarcar ese inmenso caudal de información, era, en sí mismo, un sueño poco menos que imposible que hubiera generado, una vez más, la eterna frase limitativa: “el hombre debe conformarse con los límites físicos que conlleva la condición humana y dejar a la religión la comprensión de aquellas leyes y designios divinos que están por encima de nuestro intelecto”. ¿Os suena la cosa?
La ciencia avanza, el conocimiento corre en silencio olvidado por los grandes titulares: nos informan mucho mejor de lo que pasa cualquier vestuario de un equipo de fútbol que de lo que está pasando en esas cátedras y departamentos. Con lo que se le paga a una estrella de esos equipos, varios departamentos elevarían sus investigaciones al infinito y aún así, olvidados, desconocidos, anónimos y mal pagados, esos héroes hacen crecer nuestro patrimonio de sabiduría y nos elevan, poco a poco, para que podamos incrementar nuestra fe en ese instrumento maravilloso que es el cerebro y en el largo proceso que, todavía hoy, nos sigue empujando para usarlo de la mejor manera posible.
Debemos encontrar el equilibrio perdido, debemos ser capaces de poner el foco en lo que de verdad merece la pena y potenciar lo que de verdad da valor al ser humano. Hasta que llegue ese momento, tendremos que bucear en la red en busca de esos destellos de esperanza que esconden los sites que, sin esperanza de ganar dinero, nos cuentan lo que hacen los empollones gafotas a los que ahora admiro en lugar de ir tras ellos para correrlos a collejas. Ellos nos llevarán hacia delante mientras buscan los límites de nuestra mente, si es que existen, y nos ayudan a cruzar todas las fronteras. Bien por ellos.
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