A lo mejor no es exacto, pero es revelador: vale la pena verlo,de verdad.
Cuando éramos pequeños y el agua de la lluvia había conseguido ablandar los duros terrenos urbanos que todavía conservaban la tierra original, llegaba el momento de jugar al clavo. La cosa era sencilla y bastaba con tener un hierro (clavo o lima) que arrojar contra el suelo, que se pudiera lanzar de punta y un suelo en el que clavarlo tras el correspondiente movimiento. Se dibujaba un rectángulo y se dividía en dos mitades iguales que eran el territorio a conquistar.
Cada lanzamiento acertado conseguía dividir el terreno ajeno en dos partes, ya no iguales, hasta que el perdedor se quedaba excluido y sin sitio para apoyar la puntera, momento en el que se reiniciaba el juego sin más complicaciones.
Pues bien, hoy me he acordado del juego tras ver esta estupenda animación del atlas histórico de Europa en los últimos diez siglos. La cosa es espeluznante y debería ser suficiente como para que cualquier nacionalista xenófobo y reivindicativo de la gloria de cualquier patria más o menos moderna se pusiera colorado. Daniel Solana contó en televisión un caso que debería hacernos pensar: había conocido a un paisano que se acercó a saludarle en un viaje de la OTAN y que, señalando una casa, le comentó: “¿La ve? Esa casa, mi casa, ha estado en el mismo sitio en los últimos cien años, sin moverse. Toda mi vida he vivido en esa casa y hace un año he recibido mi séptima nacionalidad sin haberme movido jamás de ese hogar. ¿Tiene sentido?”
Es evidente que la cosa no tiene el más mínimo sentido ni la más pequeña lógica y la animación que encabeza esta entrada así lo demuestra. Las naciones no son más que un engaño con el que algunos manejan las masas a favor de sus propios intereses, peleando rayas, lugares y sitios bajo banderas inflamadas de historias inventadas que consiguen llenar de sangre los campos del mundo. ¿Que podemos contarles a los que se colocan a un lado u otro de la raya que toque en el momento? Erich María Rilke celebró un día en la escuela la definitiva victoria de Alemania en la primera Guerra Mundial y al día siguiente la escuela se cerró porque Alemania había perdido la guerra. Ilustrativa historia de la verdad que se encuentra en las declaraciones políticas.
Hoy, en pleno Siglo XXI asistimos a la renovación del absurdo nacionalismo que ha conseguido mandar a la UVI el sueño de la Unión Europea mientras los EEUU dan palmas de alegría junto con China, India y otros que miran hacia arriba con ganas de subir. Sufrimos el sabotaje de los de dentro y el ataque de los de fuera deambulando como boxeadores medio sonados que no aciertan a enfocar al enemigo. ¿Dónde colocamos la raya? ¿Dónde poner el límite de lo pequeño, del terruño, de la diferencia? ¿Nos fijamos en la historia? Mala cosa y mala consejera, que los hechos son testarudos como rocas y acaban saliendo poniendo colorados a los mentirosos.
Pocas cosas, las guerras de religión entre ellas, han matado más que los nacionalismos, las banderas y las mentiras de la historia inventada; pero la gente se sigue enrolando bajo las mismas banderas viejas, apolilladas y falsas en cuanto el manipulador de turno las levanta ante la masa. ¿No aprenderemos nunca? ¿No consagraremos la sabiduría popular que nos asegura que “no se es de donde se nace, se es de donde se pace”? Parece mentira que algo tan sensato no sea lema de ningún partido europeísta, que le votaría encantado, de verdad.
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