Amenazaron con no dejar dormir sin saber que los dormidos serían ellos.
No les dejarán ni los sueños para luchar.
El movimiento 15M está abocado a la domesticación, al silencio o alcanzar la magnífica catarsis que supone el martirio de la sangre para consagrarse como un movimiento social con carácter, con ambición y con el suficiente prestigio como para pensar en un futuro real, pero lo tiene difícil, muy difícil.
Hace pocos días, en Barcelona, el nerviosismo de una policía inexperta y bastante inclinada a la prepotente chulería ajena a la seguridad y consistencia de la necesaria preparación y rigor, casi los catapulta a la gloria del baño de sangre, pero no hubo suficiente desgracia como para alcanzar la consagración del sacrificio ritual.
Todas las culturas, y digo todas, han pasado o todavía viven, en un estado de misticismo esotérico en el que la sangre mantiene un carácter sagrado y vehicular entre el mundo de los dioses, la vida, la muerte y la creación; círculo que el hombre interrumpe o altera de vez en cuando y cuya reparación requiere del sacrificio de más sangre. Desde el Popol Vhul maya hasta los sacrificios griegos y romanos o la moderna eucaristía en la que se ingiere el cuerpo “y la sangre” de Cristo; los mitos del hombre necesitan de la sangre, derramada en cantidades generosas y abundantes, para perpetuarse o consagrarse.
Ellos, los integrantes el 15M que son jóvenes, no lo saben, pero el poder si conoce de esa debilidad y no está dispuesto a regalarles la consagración del martirio así como así. El poder es listo y sabe que es más fácil corromper que afrontar; dormir que luchar; domesticar que doblegar. El poder vive de la generosidad de antiguas sangres derramadas y no está dispuesto a permitir que el Olimpo de los héroes se llene de advenedizos elevados hasta esas alturas por cuatro porrazos mal dados.
Pasará el tiempo y llegará el verano para convertir una revuelta social, llena de futuro y esperanza, en un campamento de desharrapados sin casa que ni siquiera saben que el olvido y el tiempo les ha matado; tal y como el tiempo mata la juventud perdida de los que hoy los miran desde el poder sabiendo que no tienen futuro porque ellos mismos se lo han negado. El poder es tacaño con la sangre de los que quieren convertirse en símbolo.