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jueves, 26 de mayo de 2011

Delenda est

Hubo un tiempo en el que los que luchaban volvían de las batallas portando su escudo o sobre él, pero nunca se quedaban a la sombra a la espera de un carguito.
Vergüenza para el que, derrotado y humillado, pretende lavar su deshonor entorpeciendo la victoria de los suyos.

Aunque en estas entradas se han hecho críticas a José Luis Rodríguez Zapatero; críticas que mis amigos de derechas no han querido ver ni entender, el tono en el que se han hecho siempre ha tratado de ser tranquilo y huir de la corriente dominante, esa que tanto parece gustar a los adoradores de lo escatológico y el humor de sal gorda. Hoy es diferente: hoy el personaje ha perdido el pudor, la vergüenza y el último resquicio de decoro que pudiera tapar sus impúdicas desvergüenzas  al intentar abandonar la pelea por las elecciones a la Presidencia del Gobierno a la vez que se reserva el disfrute de la Secretaría General del partido.
Este tío es un jeta de la peor especie, ni más ni menos. Él, que ganó un congreso y sabe lo que es dejar los rincones de Ferraz hasta los topes de cadáveres, debería recordar que en la cultura del PSOE el cargo de Secretario General va unido, indisolublemente, al de “candidato a”  o “presidente de”, que nunca se han separado.
Zapatero quiere mantenerse en el cargo ¿para qué?. Obviamente, para nada bueno: seguir cobrando sin desgastarse a la vez que vigila, coarta y condiciona al candidato electoral -situación inaguantable, insostenible y absurda – y se asegura el vivir como un cangrejo.
Zapatero ha naufragado, se ha dejado llevar, tarde y mal, por la corriente económica imperante sin plantar cara, sin buscar soluciones y saltando al tren en marcha para acabar arrastrado por el balastro aferrado al último escalón del vagón de cola. Zapatero ha entregado el partido a los Blanco, Pajín y compañía; esos que no son dignos de limpiarles los zapatos a ninguno de sus predecesores, de uno y otro partido, en los años 80.
Con esta demostración de cobardía, Zapatero se ha colocado allí donde no hay nada más que deshonra e indignidad, lejos de la última posibilidad de morir de una forma digna y honorable. La historia pondrá un lamentable epílogo a un periodo marcado por la inconsistencia, la falta de valor político y el abandono de los ideales más altos en favor de los intereses más bajos.

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