Los cocineros del guiso que se cuece en esta olla son dos y ambos son culpables de lo que se sirve a la mesa.
Que nadie se deje engañar.
Estos días se está incendiando mucho (me gustaría decir que se está hablando, pero no sería exacto: se está incendiando el tema, hay voluntad para ello) todo lo que se relaciona con el Tribunal Constitucional y, una vez más, me parece que jugamos con cosas que son delicadas, que necesitan mucho mimo y sobre las que hay que reflexionar y aprender mucho antes de atreverse a dar opiniones.
Por lo que he podido ir deduciendo –en este país hay que deducir, que ningún medio da información, sólo opinión – la cuestión más importante, el origen que se deja ver de todo lo que me ha llegado, es que los partidos mayoritarios y preeminentes, el PP y el PSOE, se han puesto de acuerdo en prolongar sus influencias para conformar un tribunal conforme a sus intereses políticos. Se han repartido el número global y han buscado magistrados “cómodos”, manejables, domesticables en una palabra, que entendieran que su función es emitir veredictos adecuados a las indicaciones de aquellos que los nombraron.
De esta manera la actual composición, seis de un amo y cinco de otro, respeta el mapa político del país y ambos partidos se encuentran cómodos en esa situación. La pregunta obligada, desde mi punto de vista, no es si los partidos están cómodos, sino si esa composición es garante del adecuado funcionamiento de un tribunal esencial para este país. La pregunta, creo es obligada y la respuesta, obvia: se ha bastardeado la razón de ser de este tribunal, se ha degenerado su independencia y su prestigio hasta dejarlo reducido a la indignidad. De esos orígenes, de esa génesis, sólo cabe esperar conflicto sobre cada sentencia publicada que se considere digna de convertirse en arma arrojadiza, pero la indignidad comienza en el origen del proceso; justo en el momento en el que los partidos se ponen de acuerdo para convertir la sala en un burdel jurídico en el que cada cual sirve a su amo y no al fin esencial y primigenio que consolida la necesidad de contar con ese tribunal.
Hoy se ha montado con Bildu, pero me es igual: es un tribunal que, de ser cierta la interpretación que yo hago - y acepto la enorme posibilidad de equivocarme - siempre generará, primero, doctrina política y nunca jurídica, de manera que los causantes del mal tienen, en el resultado de sus pasteleos, el justo castigo a su mediocridad.
Cuando las raíces están podridas, los frutos no suelen ser saludables. Y es, a justo a partir de aquí, desde este punto del análisis, que podríamos empezar a cuestionarnos si la sentencia sobre Bildu nos gusta o no nos gusta, pero eso ya se me hace demasiado largo para una sola entrada.
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