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viernes, 19 de agosto de 2011

La justa medida

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Madrid ha sido entregada a la desmesura, no me cabe ninguna duda. Todo lo que se ha montado y organizado para estas JMJ se basa en ella, rebasa los límites de todo cuanto se puede considerar lógico. Puedo hacer el esfuerzo y ponerme en el lugar de aquellos que creen y que sienten la importancia del objetivo de estas jornadas, pero me declaro imposibilitado para comprender la razón de tanto exceso como estamos contemplando.
No me cabe duda en cuanto a peso que corifeos y hagiógrafos de este Papa, esos medios de comunicación que, por efecto de su ideología ultramontana, a las diferentes escenografías y espectáculos en detrimento del mensaje. He esperado, desde que leí el titular, comentarios sobre ese mensaje inmediato sobre la necesidad de que el hombre esté en el centro de la economía y de que el máximo beneficio no puede ser el motor económico. Hay que irse a las páginas del Universal o el Informador.com ambos mejicanos que recogen las palabras del Papa en el avión, para encontrar una reseña más o menos equilibrada con párrafos textuales sobre los que ha caído un silencio sepulcral: El hombre debe estar en el centro de la economía y la economía no debe medirse únicamente por la maximización de los beneficios, sino por el bien común Luego, una vez en tierra pasa a dar un auténtico soplamocos a nuestra clase política, a toda, con una dura referencia a la corrupción, incompatible con esa sociedad justa a la que aspira la juventud católica.  Por supuesto, los medios han silenciado las referencias a una economía justa para magnificar las referencias a la eutanasia y al aborto, bien sea apoyando a Benito o criticándolo, pero evitando análisis profundos.
Hace siglos que el hombre busca el equilibrio, llegando a otorgar a su búsqueda una naturaleza divina. En el mediterráneo esta búsqueda ha sido especialmente importante, hasta el punto que “La diosa Maat era la personificación de la justa medida para los egipcios. Bajo su responsabilidad estaba la medida política que permitía que todo fluyera equilibrada y armoniosamente. Pero los sabios egipcios pronto percibieron que ese equilibrio solo era sostenible si la medida exterior correspondía a la medida interior” (Leonardo Boff).
¿Hay alguien que, de verdad, crea que hay equilibrio en todo el despliegue realizado por la organización de estas JMJ? ¿No se habrá pretendido, una vez más, que el continente sea más importante que el contenido y que la exhibición de poderío se convierta en el auténtico mensaje? ¿Cómo pueden interpretarse estas dos partes, tan lejanas, como pertenecientes al mismo mundo? Personalmente, creo que la jerarquía eclesiástica tiene perfectamente claro que lo que interesa, lo verdaderamente importante, es mantener un lugar preeminente en los asuntos mundanos. El cristianismo es poder, es economía, es secular, desde el mismo momento en el , con el edicto de Milán, abre el camino para su posterior consagración como religión del estado romano, ni más ni menos. Por cierto, nota curiosa: Constantino fue bautizado “in articulo mortis” por un arriano, facción perdedora del famoso concilio de Nicea. (21 de Junio de 325, otra coincidencia que relaciona al cristianismo con el culto al sol romano, tanto en verano-San Juan- como en la Navidad.)
Otra cosa es que haya una amplísima base de personas implicadas en el seguimiento de unas ideas –lo que ellos llaman mensaje-que den ejemplo diario de esfuerzo, generosidad y bonhomía, pero hay que recordar, una vez más, que los mejores de entre ellos, suelen ser expulsados de ese cuerpo místico que permite sólo una voz sin discrepancias. Prueba de ello, lo que les ha dicho a los profesores universitarios: "la verdad siempre va a estar más allá de nuestro alcance. Podemos buscarla y acercarnos a ella, pero no podemos poseerla del todo". Si alguien piensa que eso significa libertad para buscar y pensar, va de rasca, que no la poseemos, pero predicamos la nuestra como única. Un pelo de contradicción, pero como soy el Papa, basta con que yo me aclare, que para eso soy el jefe.
Que nadie se engañe ni engañe al Papa: nadie, ni los suyos, hará ni puñetero caso a sus palabras y cada cual seguirá pensando y machacando lo que ya habitaba su cabeza, sus prejuicios y sus pocas ganas de pensar y analizar. De un país en el que alguien dijo eso de que “si el Papa se quiere condenar que se condene, pero nosotros seguiremos comulgando en ayunas” no podemos esperar mucho más.
De todas, formas, como dice el genial Mingote, “AL CIELO IREMOS LOS DE SIEMPRE”. Seguramente, así que más neurona, más compromiso, más coherencia, más solidaridad, menos farfolla y muchísima menos soberbia, que acaba por empachar a todos y defraudar a muchos.

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