Cielo de otoño sobre los cultivos nuevos
Llueve como el otoño requiere; llueve como la tierra, sedienta del verano, requiere; llueve preparando sementeras y abriendo el grano: llueve y el ciclo se mantiene acorde con el tiempo. La naturaleza se reconoce en cada uno de sus capítulos, en cada uno de sus eternos ciclos sobre los que la vida discurre: no son ellos los creados para mantener la vida, sino la vida la que se ha acomodado a su cambiante existencia. Nos parece que lo que hoy es y se produce ha sido y se ha producido siempre y no es así; pero el ritmo es tan adecuado, se acomoda todo tan bien que parece imposible la existencia de un tiempo distinto en el que ciclos y tiempos eran distintos y la vida luchaba por encontrar el ritmo de su propia existencia.
El hombre apenas tiene memoria del largo tiempo del mundo: ni siquiera el recuerdo alcanza la vida de su propia especie, una especie que ha visto el hielo cubriendo sus tierras y que retrocedió hasta un punto cercano a la extinción. Refugiados en las tierras africanas, apenas en un reducto rodeado de desiertos, el hombre tuvo que volver a aprenderse el mundo; su paso se acomodó al calor del verano y al frío de unos inviernos lejanos que tuvieron que enfrentar con ingenio y con el convencimiento de que el calor volvería a sentirse sobre el mundo.
En su expansión cruzaron tierras que hoy nos parecen hostiles y, sin embargo, encontraron el sustento necesario para mantener la vida y para descubrir el secreto de la vida de las plantas, de la siembra y la cosecha y se hicieron fuertes junto al agua. El hombre, la vida de la humanidad entera, es el resultado de la inteligencia aplicada y del conocimiento del tiempo y de sus ciclos. El hombre supo que la caza volvería, que la lluvia caería y que la oscuridad daría paso al sol y sobre ese conocimiento edificó su propia existencia.
Hoy, cuando la ciudad consigue que nuestros sentidos se olviden del tiempo, la lluvia viene a recordarnos que los ciclos se cumplen, que llega el frío para hacer dormir a la tierra y fortalecer el grano con la oscuridad y el hielo; que su rigor dará paso a la verde primavera y el hombre mismo acabará siendo un leve recuerdo para la tierra que hoy nos alimenta. Cuando los ciclos cambien y los tiempos se cumplan, el hombre habrá pasado y la tierra alimentará otros sueños.
Situándonos en el día de hoy, acogemos con alegría la llegada del otoño. Un Otoño que en Madrid es paricularmente maravilloso. La luz cambia de pronto y el cielo se recrea haciendo bailar a las nubes al ritmo de suaves brisas que barren el agobiante calor del verano. Los árboles adquieren tonalidades increiblemente bellas y las hojas ya en el suelo, juegan "a la rueda la patata" cantando como los niños.
ResponderEliminara.m.