La Monarquía se acerca a su examen más exigente: la sucesión.
El panorama que se nos viene encima parece determinado, desde mi modesto punto de vista, por dos hechos que España debe afrontar sin tener muy claro el mapa de ruta y sin haberse cohesionado adecuadamente para que no nos llevemos sustos muy gordos cuando los tengamos delante.
El primero, según unos, cercano y según otros, lejano, es el de la desaparición de Juan Carlos I, elemento integrador y figura casi indiscutida a partir de aquella noche del 23 F que tan olvidada ha quedado para muchos. La corona ha perdido empuje, ha perdido apoyo y, hoy por hoy, es una institución que cotiza a la baja. Para la derecha más conservadora por haber dejado que la Constitución se desarrollara sin intervenir en el proceso y para la izquierda por el rechazo intelectual que nos genera la propia institución.
Juan Carlos tiene un prestigio que es personal e intransferible; unos valores que él representa por su historia y por el camino recorrido que Felipe no roza ni de lejos. Ahora mismo, mientras escribo esta entrada, se dedica a dormir a un auditorio entregado que asiste a la entrega de los Premios Príncipe de Asturias. Ni en sueños roza el nervio que requiere la tarea que le espera. De los gestos que algunos hemos estado esperando, no sabemos nada: de las visitas a los destacamentos militares en el extranjero, poquísimo, mucho menos que la embarazada ministra de defensa. No se le recuerdan ni unas Navidades en las bases de Afganistán, ni un arremangarse en situaciones complicadas en las que podría lucir su uniforme en cualquier versión, tierra, mar o aire. Su papel ha dejado entrever más desidia, acomodación y dejadez que empuje, valor o determinación. De las infantitas, entregadas a la dulce misión de conseguir una buena boda y reproducirse adecuadamente, mejor no hablar: no es que se no se hayan mojado el culo, es que no saben donde está el río. España perdona muchas cosas, pero esa soberbia de considerar que la posición que ocupan obedece a los designios divinos y a su buen hacer, puede traer mucha turbación a una sociedad que bendijo a su padre y que espera mucho más de su heredero; espera exactamente lo que Felipe no ha dado y que, según creo, no tiene intención de dar. Eso en cuanto al primero de los dos problemas futuros.
Y después¿que?
En cuanto al segundo de los graves acontecimientos con los que vamos a tener que lidiar cabe decir que lleva txapela y pone bombas: el final de ETA. ¿Como vamos a gestionar las miserias de ese final? Y ojo, que no me refiero a los grandes titulares, me refiero a los ¿Y que hay de lo mío? ¿Cómo vamos a integrar a los desintegrados profesionales del terror que pasaron de las calles a los tiros y que llevan treinta años de profesionales de la organización? ¿Que haremos de sus pensiones, de sus trabajos y de sus seguridades sociales? Miseriascomo esa, habrá muchas, incluyendo presos y muchas cosas más.
Hoy mismo, los medios de la derecha se rasgan las vestiduras porque un tal Txelis- un angelito como otros muchos - va dando los pasos que muchos otros darán para integrarse en un mundo que desconocen, que les resulta ajeno y que se comportará de una forma profundamente hostil con ellos. Es el primero y el juez reconoce el mérito de enfrentarse a ETA, pero familiares de las víctimas y medios afines ya han montado las baterías y disparan fuego graneado. Así estamos y la cosa no ha empezado, de forma que los que pilotan el cotarro, TODOS ellos, ya pueden ir pensando en la que se nos viene encima y trabajar en serio para crear un clima de reconciliación, generosidad, perdón, olvido y muchas otras cosas positivas.
En la obra de “Las bicicletas son para el verano” se decía, con desánimo, que no había llegado la paz, que había llegado la victoria. A ETA hay que derrotarla, hay que vencerla, sin ninguna duda; pero a la sociedad vasca, y a la española, hay que cohesionarla y reconciliarla, algo que no se puede poner bajo el titular de un triunfo humillante. Necesitamos vencer y, sobre todo, convencer: casi nada.
Tema complicado Juan Manuel este de ETA. Entiendo perfectamente que un familiar de una victima de ETA no perdone, como yo no perdonaría a un hipotético violador de mi hija, Dios no lo quiera.
ResponderEliminarEn cuanto al tema de las pensiones, SS, y trabajos, y siendo muy generosos pués un preso comun no tendrá nunca el mismo tratamiento que un terrorista por parte de los gobiernos, que tal si percibe la misma pensión que una viuda de un guardia civil, o el estado les da el mismo trabajo que nunca ha ofrecido a algunas de estas mujeres?. Además hay una diferencia importante para mi, las víctimas nunca han elegido ser víctimas y ellos han tenido la oportunidad de elegir su destino. Yo puedo perdonar, yo no estoy comprometido que no es lo mismo que estar involucrado.