From the lost, to the river.
El castellano empieza a ser una pieza de museo.
La vida nos va llevando por terrenos, lugares y situaciones que, a fuerza de repetirse, acaban constituyendo el hábitat natural de lo cotidiano; sin que esa repetición conlleve calificativo alguno bien sea en sentido negativo o positivo.
Uno de esos terrenos habituales es el desastre político del que hoy, aunque sea por una sola vez, quiero huir para centrar el tiro en las cosas a las que nos hemos ido acostumbrando y que han perdido el lustre de la novedad y la magia.
El lunes pasado, al terminar una hora de charla múltiple entre Londres, Berlín, París, Amsterdam y Madrid, me asaltó la enormidad de lo que había pasado: sin gastar un euro, sin comprar un programa, sin nada del otro mundo, seis personas de cinco ciudades distintas habías estado charlando con toda normalidad como todos los lunes sucede. Eso si, en inglés para mi escarnio y ridículo, que no todo podía ser tan bonito.
Para alguien que asistió al nacimiento del fax y celebró extasiado la llegada de las conexiones de 56 kb algo así es la leche, sencillamente. Nos hemos acostumbrado tanto a las actuales prestaciones de la tecnología, del correo electrónico, a poder hacer compras desde el ordenador, a planificar los viajes y a sacar la tarjeta de embarque para que nos la manden al móvil que el futuro ha entrado en nuestras vidas cambiándolo todo sin que nos demos cuenta. La tercera ola de Alvin Tofler hace años que perdió empuje en la arena de una playa olvidada.
No usar estas tecnologías no es bueno ni malo es, simplemente, estar fuera de la normalidad y del normal transcurrir de las cosas y del mundo. No saber lo que pasa en internet es igual que desconocer, en el Siglo XVI, la existencia de América y en el XX no saber encender la televisión. Hace cincuenta años el mundo y la modernidad se establecían según los patrones que marcaba la TV. Hoy, el mundo se manifiesta a través de la tecnología y nosotros vivimos según las alternativas y posibilidades que esa tecnología nos ofrece. Y el ofrecimiento es muy grande, enormemente grande y bastante gratificante a pesar de las cosas negativas que arrastra, pero eso es inevitable si nosotros estamos metidos en algo. Cosas de la condición humana, que contamina mucho.
Para terminar, algo curioso con respecto a la globalización, a los idiomas y la inevitable deriva por la que se desliza nuestro idioma en competencia con un extraño híbrido que se extiende imparable:
“Por cierto, pudiste forwardear los files con cosas a prohibir que te mandé para XXXXXXX?
El mes que viene, cuando analicemos la performance también te hago un update del XXXX a ver si podemos contar con XXX.
Have a good evening!” (sic)
Juro que sólo he quitado dos nombres y dos referencias reconocibles del correo que envía mi compañero Ferrán para ponerse de acuerdo con un tercero. Y lo curioso del caso es ¡QUE SE HAN ENTENDIDO PERFECTAMENTE! Sin comentarios.
Si Quevedo levantara la cabeza....
P.D. Dedicado a Ferrán con todo el buen rollito del que soy capaz, que me lo ha puesto en bandeja.
Gracias JM! :D
ResponderEliminarA mi favor decir que fue al final de una dura jornada de trabajo en inglés y español y con un ordenador en holandés!hehe
Se trata de comunicación, lo importante es que el receptor recibió el mensaje codificado hehe
Abrazo!
Ferran.