Poco más hay que decir:
al final, parece que esto no es más que una broma pesada.
Siempre es posible la muerte, pero hay un momento en el que somos conscientes de un cambio sutil y silencioso; el cambio que se produce cuando la muerte deja de ser una posibilidad muy remota y se convierte en una presencia cada vez más cotidiana en nuestro entorno.
No ha pasado nada, la vida es la misma, el ritmo permanece, pero sabemos que algunos ya no están y en nuestra cabeza sabemos que deberían estar, que todavía es pronto, que les quedaba gasolina para rato y que, sin embargo, se han acabado. Unos de forma consciente, otros con la fulgurante rapidez y la sorpresa que proporcionan los infartos o las enfermedades fulminantes, pero los tiros se oyen cercanos y de vez en cuando, sólo de vez en cuando, sabemos que ya hemos pasado la raya y que la muerte se hace presente en un mundo que niega su existencia.
La sociedad actual está concebida, estructurada y pensada para la vida: hemos erradicado la muerte y la hemos sacado de nuestras casas para siempre. Curioso el contraste con lo escrito sobre el románico Zamorano orientado, estructurado y basado en recordarnos la muerte, la culpa, lo efímero de la vida comparada con la eternidad y la condenación casi asegurada.
Llegará el final cuando tenga que llegar, pero hoy nos hemos enfrentado todos sus amigos a la grandeza de una muerte consciente, segura, asumida, digna y con la certeza del “deber cumplido”, de haber peleado hasta ese final que se asume y al que se entrega la dignidad de la derrota tras la lucha. Toda una lección que nos ha demostrado, una vez más, que no hay nada más unido a la vida que la muerte; que nuestra muerte nos pertenece y que hay que saber estar y vivir en su compañía sin que nadie tenga derecho a escondérnosla.
La normalidad es amplia y ya vivimos en uno de sus dos lados: el definido por lo que falta para llegar a la media, sitio en el que nadie quiere quedarse pues todos aspiramos a llegar al final del otro lado, el que sobrepasa la media. Pero habitar ese terreno al que hemos llegado sin darnos cuenta también tiene que servirnos para estar tranquilos, pues si nos toca sabremos que “es normal”, que no pasa nada y que vida seguirá sin nosotros como sigue siempre, que no pasará nada grave salvo un buen disgusto para unos pocos que acabarán acostumbrándose a recordarnos mejores de lo que fuimos. Eso habremos ganado.
Se ha ido uno más; uno de los primeros de avanzadilla y hay que asumirlo con tranquilidad, recordar las cosas buenas que nos dejó la vida del amigo y poco más; los clásicos abrazos, reflexiones calmadas sobre la existencia y a seguir con lo nuestro, que no hay más que rascar. Carpe diem, que los que de verdad sufren se quedan en este lado.
Es cierto que un día, sin saber por qué, sin que haya ocurrido nada especial, sin que nada haya cambiado, te das cuenta de que todo es distinto y de que la presencia de "algo" que nos ha acompañado desde nustro nacimiento de forma solapada,se hace presente de forma amistosa y contínua.Está ahía y la tendremos siempre a nuestro lado. Tanto nos acostumbramos a ella que llega a ser nuestra amiga. Irse no es malo si se sabe conservar la dignidad y seguir viviendo como si no pasara nada. Y es que todo debe ser normal hasta el último momento.Hay que lamentar una cosa: dar un disgusto a los que nos quiren. Con la concincia tranquila y la esperanza de haber cumplido lo mejor posible nuestro destino,llegaremosal final tranquilos y confiados.
ResponderEliminara.m.