Hoy el día se ha vestido de luz y aire de norte; de profundidad y frescura para despedir el verano y anunciar el cercano otoño con un aire fresco lleno de luces livianas. Cuando el otoño se anuncia y los árboles empiezan a perder el verde del verano se producen días mágicos como el de hoy, días en los que es imposible permanecer ausente de la luz e indiferente a su belleza.
Hoy la luz deshacía, por fin, la calima del verano y daba profundidad y lejanía a un paisaje dominado por el azulado perfil de las montañas. Eran lejanas, si, pero sus detalles se veían cercanos: cada cresta, cada pico, cada peña, cada valle se destacaba perfecto en un paisaje precioso.
Hoy es un día en el que espero ver un atardecer encendido de naranjas contra los montes lejanos del oeste de mi casa; espero ver un cielo de esos que te obligan a dejar el libro y mirar como si fuera la primera –y la última –vez que puede darse tanta conjunción de armonía y cosas bellas. Son días que se repiten pero que siempre son nuevos, únicos, irrepetibles: días en los que parece que la moto está obligada a levantarse, a llevarnos más lejos suspendida en la luz y en un aire nuevo, fresco; un aire especial.
La vida de las ciudades nos separa, muchas veces, de esa lujuria sensorial que nos permite el contacto con lo que es normal en la naturaleza. Para aquellos que lo ven todo negro: incluso cuando el clima “agrede” es posible disfrutarlo si se está bien protegido o si el alivio está cercano en forma de un buen fuego, una ducha caliente o un descanso abrigado.
Tengo un amigo que dice que me lo invento y que es mentira, pero hoy ya anticipaba esas mañanas heladas en las que el frío de la madrugada se estrella contra la parca y noto el calor interior luchando contra el hielo. Una maravilla, de verdad, por mucho que mi amigo diga que es mentira, que lo hago porque no tengo más remedio.
Pero dejemos el lejano invierno y miremos al oeste, por favor; miremos a ese sol que cae contra la línea del monte y que ensaya los ocasos fríos de los próximos meses. Se acerca el momento de disfrutar de la mejor estación del año para los paseos entre las hojas caídas; para oler castañas asadas y sentarse, quieto y sin nada mejor que hacer, a ver los árboles cambiando de color; se cercan los días de mirar al cielo en busca de esos pájaros que añoran las marismas y humedales el sur.
En el jardín han empezado a caer las bellotas de las encinas y la huerta madura los últimos regalos del buen tiempo. Se acerca ese periodo lánguido en el que nos damos cuenta de que el año baja la cuesta y hay que enfrentarse al temido balance. Disfrutemos de la luz precursora del invierno.
La belleza sublime se concentra en el Otoño. Colorido, luz, serenidad, descanso del calor agobiante, dulzura de sentimientos, paz, recogimiento y deseo de acumular en nuestro interior tanta armonía. Una explosión que penetra en nuestros sentidos, si sabemos disfrutarlo en todo su esplendor
ResponderEliminara.m.