La melancolía del Ponte Roto y la Isola Tiberina.
Buen sitio para ver pasar la vida.
Desde que ponemos nuestros llantos en el mundo, la vida se empeña en llevarnos de cambio en cambio cogidos por la oreja sin que podamos parar y quedarnos quietos disfrutando de la tranquilidad ganada. Como en una tortura programada, nuestra realidad cambia como cambia cada día el río que nos empeñamos en nombrar con el mismo nombre sin reconocer que cada día es distinto, que cada hora es distinto y que deberíamos hacer el esfuerzo de reconocerlo y darle el nombre que cada realidad merecer, sin dar lugar al constante equívoco de un nombre permanente.
Desde el principio vamos acumulando experiencias, conocimientos y reglas que pocas veces son criaturas nuestras sino que son engendros impuestos por las convenciones sociales, por la costumbre, por la inercia de las cosas y las situaciones y esa acumulación se engrandece sin que seamos conscientes de su peso y de lo que llega a condicionarnos en todas las facetas de nuestro día a día. Y la vida sigue y sigue la sedimentación tranquila o atropellada, pero sigue el acúmulo de sedimentos hasta que un día, de repente, te das cuenta de que el agua que ha pasado bajo el puente es mucha más de la que pasará de hoy en adelante y que, además, empiezas a estar cansado y el equipaje, que hasta ahora no pesaba, se nota más a cada paso y te das cuenta de que tienes que hacer algo con tu vida pero no bes bien qué es eso que te pides a ti mismo.
Miras hacia tu entorno mas cercano y te das cuenta de que has perdido el control y de que tu realidad es escurridiza como una anguila, que todo resbala y debes aprender a fluir como el agua que contemplas y buscar las líneas de menos resistencia y entonces te das cuenta de que lo que más resistencia hace es todo aquello que te sobra, aquello que algún día incorporaste a tu vida como algo que te habían dicho que era bueno y necesario y se ha demostrado falso e inútil y es entonces cuando buscas entregarte dulcemente a tus verdaderas devociones y dejar de perder el tiempo con obligaciones que ni te aportan nada ni aportan nada a los demás.
Y es en ese momento, también, en medio de esa especie de catarsis de limpieza de trastero, cuando te das cuenta de todo lo que perdemos al mantener la vigencia de las obligaciones impuestas en lugar de entregarnos al disfrute de esas devociones que tanto nos enriquecen y que tanto bien nos hacen.
Lo malo de todo eso es que llega cuando tu vida ha dejado atrás demasiado tiempo y debes aprender otros ritmos y olvidarte de aquellas turbulencias que tanta adrenalina lanzaron en tu vida. Lo que ha pasado, simplemente, es que tu realidad ha cambiado y debes aprender, una vez más, a convivir con ella de la mejor manera posible y usando la ventaja que te da la experiencia y el poder elegir las reglas. Por mi parte, no creo tener otro remedio, así que intentaré adaptarme y buscar el centro de la corriente donde todo fluye tranquilo, por mucho que ahora me suene aburridillo.
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