Alejarnos de su crueldad y su barbarie nos hace ser lo que somos: demócratas
Como siempre, la aplicación de la ley genera una enorme polémica social en una nación más dada a la visceralidad que a la reflexión y que siempre se manifiesta a favor del momento como único criterio de decisión. La aplicación de la ley ha determinado que un recluso tiene derecho a que la condena que cumple tenga una catalogación distinta y pasa al tercer grado. Recuerdo que el tercer grado sigue siendo condena y que el preso está obligado a un régimen disciplinario concreto y que no está en libertad, ni siquiera en libertad condicional.
El recluso del que hablamos es, probablemente, uno de los seres más repugnantes y deleznables de los muchos que llenan el museo de los horrores de ETA, lo cual no cambia nada: sigue siendo un preso en un sistema legal que se sostiene gracias a la aplicación de leyes y reglamentos que se aplican a todos los presos que cumplen condena en nuestro país, sin distinción alguna que atienda a otro criterio distinto de los mandamientos de los jueces de vigilancia penitenciaria.
Este ser repugnante tiene un cáncer terminal y parece ser que morirá en poco tiempo como todos moriremos aunque algunos parecen desear una venganza que consiga que este sujeto muera de forma indigna abandonado en una celda solitaria sin cuidados médicos y si pudiera ser, con un poco de tortura añadida. Lo que nos diferencia a nosotros, ciudadanos de un estado de derecho, de ellos, los asesinos, torturadores y mafiosos es, precisamente, el simple hecho de que nosotros aplicamos la ley y no la venganza, el método en lugar de la reacción visceral, la ley por encima de todos y no leyes distintas en función del momento y del reo al que se aplica.
M sigue dando miedo que la venganza se sitúe por encima la ley cuando de su aplicación dependen tantas y tan importantes cosas, entre ellas seguir demostrando que fuera de ella, no hay nada y nada se puede construir.
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