Perdido el decoro, sólo queda reconocer la derrota y pirarse.
ETA intenta gestionar su derrota para conseguir una papilla digerible y digestible que no tan amaga como la realidad obliga. Distorsionada su percepción de la realidad como consecuencia de décadas de uso de buzos y capuchas -las últimas con claro mensaje de autodestrucción y decadencia - presos y acompañantes se empeñan en el uso de un lenguaje imposible más propio de una película absurda que de la normalidad exigible.
Ciegos bajo sus capuchas transitan un laberinto que no es tal: su destino es una línea recta hacia la derrota, la entrega de las armas y la normalización penitenciaria según los usos y costumbres de la administración de justicia. ETA acabará sus días ocupando, en la historia, el ignominioso lugar que la ética y la sensatez ya han abierto para ella y todo lo demás, incluida la antigua y vergonzosa retórica de la equidistancia y la igualdad entre los bandos, acabará por olvidarse salvo si vamos a la enciclopedia inventada de Sabino Arana y herederos.
Acto por acto, manifiesto por manifiesto, declaración por declaración, ETA y sus restos van cubriéndose de vergüenza y llenando el patio de des`recio, indignación y frialdad. Fuera de sus más íntimos, todos sabemos que las escenificaciones ponen d manifiesto una desnudez absoluta y que el Estado -con mayúsculas - ha ganado la batalla.
Todo lo demás, incluidas las capuchas de diseño y las anteojeras para no ver la realidad completa, es puro autoengaño: sólo queda apagar y que el último cierre el gas tras entregar los palmos de los zulos. Ni más ni menos.
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