A cada vida, sus sabores.
Desde que los primeros homínidos decidieron empezar a ser hombres y distinguirse del resto de los primates usaron para ello un signo único y distintivo, algo que es única y exclusivamente humano: la recolección de alimentos para la ingesta colectiva diferida en el tiempo. Lo de "ir a por..." y llevarlo al campamento para luego ser comido en un primer momento y luego, descubierto el método de controlar el fuego, cocinarlo, generó sabores y mezclas que diferenciaron a nuestros clanes, nuestras familias y nuestras tribus.
Tras el olfato, el gusto es el sentido que más usamos desde el nacimiento y con y él y dentro de él, se esconden experiencias vitales, recuerdos, pertenencias, ritmos, formas y vidas enteras dedicadas al noble arte de agradar a los demás y hacer, del rito de la comida, una cultura entera que nos identifica y nos señala.
Con la formación de cada hogar se crean sabores nuevos que se integran en nuestras vidas, mezclando recuerdos y recetas antiguas con caminos nuevos más del gusto de cada grupo: son NUESTROS sabores, propios, únicos, identificables, encontrados y mantenidos para seguir avanzando en el largo camino de la humanidad hacia ...básicamente, ninguna parte.
Escribo esto mientras trato de que en mi memoria se asiente una receta de mi madre -no hay más que una y a ti te encontré en la calle - y ensayo otra que debería entrar a formar parte de mi propia experiencia y, a lo mejor, pervivir como un nuevo sabor añadido a la vida de mi casa.
Cocinar, dicen, nos hizo humanos y la verdad: se pasa un rato agradable.
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