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viernes, 10 de enero de 2014

Seguridad privada, inseguridad pública



Mientras a Gallardón le crecen los enanos del despropósito iniciado en las filas de su propio partido, al ministro del interior le explota la realidad en la cara de su proyecto de ley de inseguridad ciudadana. Por mucho que se diga o se escriba que los “seguratas” privados mantienen una peligrosa tendencia al desequilibrio, nada comparable a la crudeza de las imágenes que estos días nos han alcanzado desde la Tv o Internet.
Un matrimonio francés, acompañado de sus hijos, es vejado y golpeado por dos simiescos guardas de seguridad cuya preparación no les faculta, siquiera, para inmovilizar a una madre de poco peso y mucho miedo, curiosamente de color negro. ¿Casualidad? ¿Origen? Una alarma que suena de forma inoportuna e injustificada desencadena el caos y la demostración práctica de las objeciones realizadas al proyecto de ley.
No hay mucho más que discutir o que hablar: una rápida y discreta retirada de la ley parece obligado, no vaya a ser que cualquiera de estos simiescos proto-humanos se sienta en la obligación de salvaguardar la civilización occidental y se dedique a “identificar” ciudadanos y paseantes en las cercanías de la Gran Vía.
No está mal para la campaña promocional de la “Marca España”, si señor: turismo de aventuras y adrenalina. Si alguien me acusa de oportunismo, recuerdo que ya estaba escrito:
¿Ir de compras o a una discoteca? Suena aburrido si no introducimos algo más y ese incentivo de alta calidad nos lo aportan los homínidos armados contratados por diferentes empresas  de seguridad responsables del receptivo turístico. Nada más placentero que contar, a la vuelta de unas vacaciones, cómo fuimos identificados, inmovilizados y detenidos arbitrariamente por estos simiescos individuos encargados de amenizar el tiempo libre. Nada de garantías constitucionales o costosas inversiones en formación de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado. No son necesarios dos años de formación para ser capaz de dar un par de hostias bien dadas o patear la cara de un individuo esposado tumbado en el suelo. Con un par de semanas de buena práctica guiada y acudir regularmente a un gimnasio donde ponernos hasta el culo de esteroides anabolizantes, vamos que nos matamos.

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