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domingo, 26 de enero de 2014

SI LA MUERTE PISA MI HUERTO...


Como siempre que la muerte nos roza cercana, el pensamiento acaba dando vueltas sobre ese fulcro eterno que nos obliga a equilibrar constantemente nuestra vida con respecto a la muerte. La muerte va cambiando de rostro, se metamorfosea de la juventud a la vejez, tiene mil caras y acaba, incluso, por ser una amante deseada. Lo único que siempre permanece en el rostro de la muerte es la certeza, la absoluta seguridad de su llegada.
Ante la muerte caben millones de actitudes y millones de posturas, de manera que es muy complicado elegir una de ellas cuando la muerte parece lejana a nuestras vidas. Todas son válidas, humanas y comprensibles, de manera que no hay juicio posible o norma aplicable, pero si parece obligado intentar que nuestra muerte deje, entre aquellos más cercanos y queridos, una huella amable de trabajo bien hecho, de cariño, de cercanía, de lástima por la ausencia y satisfacción por el recuerdo.
Nada más triste que la pena por la ausencia de la pena, esa huella vacía que nos recuerda constantemente que hubo un paso perdido incapaz de llenarse con todo lo bueno que una vida puede aportar. Es posible que no haya más eternidad que el recuerdo que permanece en nuestros seres cercanos y queridos, de manera que deberíamos entregarnos a la tarea de hacerla la viuda más agradable y que nuestros actos dejen huellas llenas de buenas sensaciones.
No creo que podamos aspirar a mucho más y además, tampoco es tan complicado intentar hacer la vida agradable a los demás. podemos o no podemos conseguirlo, pero sólo el intento merece la pena.
Ojalá que la paciente amante nos encuentre a todos llenos de esos buenos recuerdos con los que construir nuestra propia eternidad.
Suerte con ello

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