Hace siglos, los romanos que llegaron a tierras de Hispania se dieron de tortas con los vacceos, tribus de origen celta que habían decidido sentar sus reales en tierras de la meseta norte; a pesar de las demostradas ganas de unos y otros por desalojarlos de ellas. Aníbal, en el 220 AC ya había tomado Helmántica, que por aquellos tiempos no debía ser mucho más que un castro grande fortalecido a las orillas del Tormes. Sea como sea, lo que el visitante debe saber es que las dehesas de Salamanca dan para encontrar rastros y restos de casi todo lo que la civilización de este lado del mediterráneo ha sido capaz de generar. Castros, termas, fuentes, vías, rutas comerciales convertidas en caminos de santas peregrinaciones y lo que cada uno sea capaz de imaginar, se deja ver entre los inmensos bloques graníticos de sus campos.
Las tierras salmantinas nos ofrecen paisajes diversos que hablan de labores agrícolas y ganaderas, que las mineras se esconden en otras zonas que no hemos visto en este paseo. Dehesas de bravo hogar de ganaderías prestigiosas e inacabables tierras de cereal ya segadas o en sazón para ser segadas bajo el solazo de hierro del mes de Julio. Tierras que, en el centenario de Miguel Hernández, nos recuerdan los versos del niño yuntero “ver el barbecho tan grande bajo su planta” y uno no puede menos que acordarse de la faena del campo en compañía de las mulas y el sudor; de generaciones enteras condenadas al arado en unas tierras inacabables, duras y frías. Miguel Hernández se acordó de los niños y se marchó pidiendo a sus amigos una tarea sencilla: “Despedirme del sol y de los trigos”. Hecho está.
Antes de llegar a Salamanca pasamos por Alba de Tormes, cuna de la conocida por todos como “la santa”, es decir: Santa Teresa de Jesús, lugar que habla de su dependencia del río, del arraigo de la Iglesia y su poder y del misticismo generado por un paisaje, tan escaso de lujuria, que el vecino sólo tenía la posibilidad de abrazar el sacrificio, el hambre y los piojos como purgatorio en que ganarse el cielo y el descanso. No es extraño que ya la Santa dijera que “también entre los pucheros anda Dios”, reconociendo, en el milagro de un puchero lleno y humeante, la indiscutible mano de Dios. Sólo la contemplación del puente sobre el rio, hace que la visita al burgo merezca la pena.
Y llegamos a Salamanca que se ofrece hermosa y potente al viajero que llega desde la hondonada del río, para que no haya dudas sobre la importancia de una ciudad antigua, poderosa y sorprendente: en mitad de la pobreza de los fríos y las hambres, sus iglesias compiten en belleza, ornamentos y riqueza. Pensar en el esfuerzo, el dinero y los diezmos necesarios estremece, de verdad. ¿Consuelo? Consiguieron algo realmente bonito, sin duda ninguna. Hay que visitarla a conciencia, cosa que en este paseo no he hecho, que había algo de prisa.
El coro de la Catedral Nueva y su inmenso Facistol: para los que nos gusta la madera, un lujo.
La catedral, cercana a los edificios de la Universidad Pontificia, reconocida como tal por la bula papal de Alejandro IV en 1.255, fecha que la consagra como una de las cuatro más antiguas del mundo, junto con París, Oxford y Bolonia. Y era en la catedral donde se daban las clases y se examinaban los alumnos, dando lugar a una tradición curiosa que vale la pena comentar: en la capilla de Santa Bárbara el alumno velaba los libros durante 24 horas, pasando la noche con los pies sobre la estatua de un importante obispo que, según ellos, colaboraba en la iluminación intelectual. Con las primeras luces, entraban los cátedros para examinar a los valientes, y ejecutar una división importante. Los aprobados que ganaban el título de Doctor salían por la puerta principal de la catedral donde debían cumplir con algunas tradiciones: inscribir un “Victor” en las paredes de la catedral y asumir, a costa de su peculio, un jolgorio de varios días con fiesta de toros incluida y visita a los autorizados lupanares de la ciudad. Los suspensos salían por al puerta de los carros donde arrostraban las iras de los defraudados amigos que se habían quedado sin jolgorio.
Hemos ya mencionado a los toros, a los sabios y los santos, pero las humildes meretrices de Salamanca son culpables de varias historias curiosas que vale la pena comentar. En primer lugar, Salamanca disfrutó de la única bula papal conocida que autorizaba los lupanares en la ciudad. ¿Causa? Las justas reivindicaciones de los burgueses que veían a los estudiantes poniendo cerco constante a la honra de las mujeres de la ciudad. ¿Solución? Conseguir que las putas bajaran los ánimos de los jóvenes, que ya se sabe que la juventud es mala época para las restricciones del fornicio. Solución si, pero ordenada, de forma que durante la cuaresma, las rabizas registradas eran expulsadas extramuros y acampaban al otro lado del Tormes esperando el levantamiento del castigo.
Ese levantamiento, que tenía lugar en el primer lunes después de Pascua, marcaba la celebración del llamado Lunes de Aguas, día en el que los estudiantes se dirigían al otra lado del río para acompañar el retorno de las dichas izas y rabizas para celebrar, entre vasos y hornazos, la vuelta a la normalidad. Por cierto, estas chicas también vestían uniforme para facilitar el control: unas sayas pardas cuyas faldas acababan en pico. ¿Les suena la expresión “irse de picos pardos”? Efectivamente: eso.
Rendida visita a la catedral, nos queda pasear por el centro, admirar la Casa de las Conchas, tomar algo en la Plaza Mayor, una verdadera maravilla, o ajustar el horario a las visitas de la Universidad.
Como la negra tenía ganas de correr, la excursión de hoy se ha prolongado hasta la ciudad de Ávila, precioso burgo amurallado que guarda tesoros arquitectónicos, históricos y gastronómicos. Sin dudar: acercaros al Mesón del Rastro (www.elrastroavila.com) para homenajearos con los chuletones, las judías del Barco o los asados de cordero o cochinillo (chancho chiquito) que guardan fama desde 1900, fecha fundacional de este templo del buen comer. Por cierto, todo Yoruga que se quiera dar el gustazo, que pregunte por Angelines y demuestre un cerrado acento identificativo, será objeto de agasajo y homenaje, que así lo ha prometido la nombrada.
De esta tierra me gusta todo: los sabios los toros e incluso los santos. De las meretrices no opino, jamás he ido de "picos pardos", que nunca se ha de hablar de aquello que uno no conoce, por respeto y por prudencia.
ResponderEliminarMuy bien descrito e ilustrado el paseo por esas bellísimas tierras. No tienen desperdicio.Leerte me ha recordado una preciosa excursión en que lo admiré casi todo. Nunca se llega al completo.
ResponderEliminarGracias y que la "negra" te lleve de paseo muchas veces.
11-julio-2010. a.m.