El escaño vacío del Jefe de la Oposición: ni está ni se le espera.
La democracia es un baile litúrgico en el que se dan cita formas, ceremoniales, sensaciones y convicciones. La democracia es que llamen a casa a las tres de la mañana y sea el lechero; la democracia debe abonarse con el cumplimiento fervoroso de los rituales civiles que consagran el gobierno de todos. La democracia debe lucirse con pompa y circunstancia, pero la democracia también es discreta y circunscribe sus fastos a unas pocas fechas y ceremonias.
He tardado en escribir sobre el tema porque no quería caer en la anécdota, sucedida hace poco, para ser capaz de abordar la categoría, cosa que intento hacer ahora. Hace poco escribía, con envidia, sobre el mimo y el cuidado con el que los americanos del norte cuidan a su presidencia y la revisten de toda la gala y veneración de la que son capaces; actitud que cala en todos y especialmente, entre los que han vivido el cargo y han recibido el tratamiento. Tan profundo se consolida en su mente que su salida los convierte en disciplinados soldados al servicio del presidente actual.
Nuestra democracia es jovencita, casi ni se ha puesto de largo en comparación con las venerables ancianas con las que comparte ambiente y geografía, así que hay que cuidarla y mimarla especialmente. También hablaba, hace unas cuantas fechas, de los deberes pendientes del poder judicial, pero creo que la democracia tiene una casa especial; una residencia en la que todos tenemos un cuarto y en la que somos especialmente cuidadosos con las alfombras, con los horarios de las comidas, con el atuendo y con las expresiones: el Parlamento.
Quizás por los años en los que soñamos con recuperarlo; quizás por lo visto en otros países o por simple cariño y respeto, creo que lo que sucede en el Parlamento nos informa del estado de salud de nuestra democracia, lo cual no deja de ser alarmante.
El otro día, el Jefe de la Oposición, cargo representativo que lo coloca a la cabeza de los partidos externos al gobierno, abandonó a sus tropas y se dedicó a sus tareas cotidianas despreciando una fecha señalada en el calendario del Parlamento. No son muchas, apenas las justas: el debate de los presupuestos, el debate del estado de la nación, los debates de investidura, alguna sesión conjunta y solemne con el Senado y no hay mucho más, que la niña no pide demasiado.
El Jefe de la Oposición - cargo que le fue concedido al señor Fraga por el gobierno de Felipe González (creo) - es la cabeza de los menores, el representante ante el gobierno de una multitud de partidos que representan a los ciudadanos cuya opción de voto no ostenta el poder y debe ejercer el cargo atendiendo a un doble papel: el de cabeza del partido más votado tras el del gobierno y el de representante y valedor de los derechos de los más pequeños.
El otro día, el Jefe de la Oposición denigró al Parlamento, despreció a todos los partidos a los que debe respeto, servicio, atención y defensa y representó un acto de egoísmo intelectual y político absolutamente deleznable. El otro día la Democracia española se vio minusvalorada y despreciada al ver cómo un invitado preeminente le daba la espalda y abandonaba la fiesta después de haber atracado la mesa de los canapés sin esperar la llegada de la anfitriona. Muy mal.
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