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viernes, 16 de julio de 2010

El mundo bajo el silencio


Ha llegado el VERANO, así con mayúsculas, a instalarse en el terreno de los cuarenta grados y quedarse quieto para cuatro o cinco semanas de sol de hierro y luces chamuscadas de calor. El mundo oficial estará, pero estará silencioso y quieto tras haber cumplido con los primeros 7 meses de esfuerzo.
Bajo el calor, la vida transcurre distinta y las prioridades son otras. Como al extranjero de Camus, el mediodía se nos pegará al sudor de la cabeza y llegaremos a las citas suspirando por el aire acondicionado o por la ducha del final del día.
La comida se transforma y da paso a los verdes y a los suaves rojos del gazpacho y el salmorejo, aunque algunos deban cumplir la mística liturgia de la paella del chiringuito, pero eso serán vacaciones y forman parte de otro verano.
Hace años Madrid se perfumaba del penetrante olor de las sardinas asadas; antaño denostadas y hoy añoradas y buscadas como un manjar; se vestían las calles de persianas verdes escurridas sobre las barandillas de los minúsculos balcones y las calles de la tarde se llenaban de sillas de enea y vecinas que charlaban; las esquinas veían instalarse quioscos de Horchata de chufa, granizado de limón y agua de cebada; de terrazas en los ochenta: Madrid se deslizaba engalanada de verano y de pereza, de mangueras que regaban por la noche el caliente asfalto que quería olvidarse del sol.
Hoy, las noches de Madrid se asfixian sin poder encontrar el fresco aire de la sierra y el civismo ha cerrado las terrazas. De los quioscos de horchata queda el recuerdo en los despachos de la sanidad europea y la crisis cierra los bolsillos. Es posible que mi lejanía de la ciudad y mis años me eviten el contacto con la realidad de ese verano, pero hoy, al verano lo veo más cercano de mi huerta que del agitado recuerdo de una Castellana atestada por la que era difícil transitar.
El calor es el mismo, pero los cuerpos que los aguantan, o lo evitan, son distintos. Quiero pensar que los veinte años de ahora habrán encontrado un Madrid veraniego, suave y acogedor, donde sudar felices mientras agosto espera la explosión de las verbenas.

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