LA MAREA DE LOS MUERTOS
Los lugares cuentan historias cuyo desarrollo encomiendan a los vivos y a los que habitan los sitios en los que las historias viven. Ellas, las historias y las leyendas son siempre ellas, las mismas, pero los que las cuentan necesitan sentirse vivos contando lo que no vivieron y sin embargo incorporaron como parte de sus vidas porque alguien se lo contó.
Algo así me pasó un año que, perdido entre la realidad y el deseo di con mis pasos en un chigre perdido donde encontré cubierto y refugio un día de aguaceros y vientos de otoño que me hizo escuchar atento la charla de dos viejos sobre lo que nadie podría considerar verdad y que, sin embargo, existe en esa fina raya que separa le mar de la montaña en la bendita tierra de Asturias, tierra en la que nadie puede estar del todo seguro sobre nada y en la que todos saben que la tierra de la montaña y las aguas de los mares tienen espacios de los que el hombre no sabe nada y de los que algunos hablan con el tono de las viejas leyendas.
Eso creía yo hasta que Paco y Antón, los viejos que compartían refugio en ese chigre abarrotado de enseres que ya no eran enseres, sino parte de la misma estructura con la misma pátina de tiempo y humo de Farias que aglutinaba todo sin atender a su naturaleza primigenia, me hicieron ver que algunas historias son algo más que leyendas y que siguen vivas porque los antiguos poderes todavía gobiernan y pujan por prevalecer sin atender al orgullo de los hombres que creen que el mundo es mundo porque ellos pusieron hombres nuevos a lo que de siempre ha vivido sin atender a sus limitaciones.
Andaba yo atendiendo las noticias del diario cuando la voz de Paco me llegó clara por encima de la televisión:
"Ya te decía yo, Manolo, que Antón era de la marea y que el olor de los marcados o engaña. Esta noche vendrá y se lo llevará a correr los ares con los antiguos compañeros que le esperan"
Manolo chupó la Faria y gruñendo le masticó una respuesta que casi se me escapa:
"Marea o no marea, los secos ya estamos hartos de ir a buscar a nuestros muertos allí donde no es cabal que se encuentren. Si los marinos necesitan otra cosa, que se lo monten,pero que dejen en paz a nuestros difuntos de una pura vez"
Paco, con voz tranquila, le argumentaba: " Si hicierais caso de lo que os decimos, no os verías así. ¿No le dije yo al cura que no se empeñara en dar tierra a Antón? ¿ No le dije que era de a marea y que la marea siempre se llevaba lo que era suyo? Pues nada, empeñado en darle tierra al que no la necesita para quedar bien con todos."
Intrigado y confuso me acerque a preguntar sabiendo que arriesgaba un silencio de piedra ofreciendo, a cambio de una historia que ya sabía buena, sidra y comida para que todo fluyera según el gusto de la región.
Tranquilizado Paco y confiando en las buenas maneras del dueño del chigre, empezó una historia que intento resumir y contar para que los veraneantes que por esos lares puedan sus pasos, se acerquen con respeto al lugar en el que sucedieron los hechos. Al ritmo del servicio de los culines, Paco contó la historia.
"Hablamos de algo que los marinos sabemos y que los secos niegan ( Aclaro que "los secos", para Paco, eran todos los que no vivían embarcados como marinos de alguna clase). Los marinos sabemos que hay algunos, entre nosotros, que el mar calmará como suyos. Son pocos, escogidos y nosotros sabemos reconocerlos. Antes de olerlos, vemos que ellos tienen el mar en los ojos, que huelen las corrientes y las derrotas antes que el viento las haga presentes en el puente. Son los que anticipan la nortada y le dicen al patrón donde calar redes o buscar refugio. De mayores y embarcados tienen un olor especial que llena el arco y que los demás respetamos porque sabemos que es el olor de los hijos del mar; el olor de aquellos que el mar reclamará como suyos y a los que liberará de la condena de la tierra una vez muertos. Ellos cabalgarán sobre todas las mareas y llamarán a los vientos para ir de un mar a otro según sus deseos. De ellos será el destino de las corrientes y ellos intentarán salvar a aquellos otros hijos del mar en los naufragios para que la tierra se de cuenta de que el mar es más fuerte y cuida de sus hijos. La tierra o tiene hijos, es estéril y egoísta, así que sólo quiere los cuerpos para hacer crecer a la hierba y las plantas, no para hacer felices a los hombres. El mar, en cambio, quiere a sus hijos y les premia con la eterna libertad de cabalgar sobre su espalda y dejarse llevar por los vientos portantes o los ciclones locos. Ellos, los secos, se empeñan en que eso es mentira, pero esta noche, con la marea alta y la luna llena la marea de los muertos vendrá a llevarse a Anton, el último marino muerto que olía como deben oler los hijos del mar cuando la marea los embarca. ¿Que como huelen los hijos del mar? Huelen a viento del norte y a algas arrancadas; huelen a sal curando los bacalaos de Terranova y huelen como huelen las aguas bajas del Gran Sol; huelen al miedo que los secos tienen al agua, huelen a libertad y a ola; huelen a aguas cálidas y a mulatas soñadas, huelen a lo que los marinos desean y nunca alcanzan y huelen, sólo, cuando están embarcados y se dejan mecer por su madre que los cuida y ellos s confían en sueños tranquilos mientras la galerna azota y los demás rezamos."
Llegó el condumio para dar fuerzas a Paco y el relato siguió el rastro de los culines y su ritmo. " Antón ha sido el único hijo de mar que yo he conocido y se que hoy la marea de los muertos, ese inmenso brazo que el mar lanza para liberar a sus hijos, vendrá para devolverle la libertad. Hace quince días que le digo a éste que con la luna llena las aguas subirán y el mar reclamará al único marino de verdad con el que he compartido las mareas del norte y las faenas de cabotaje; el único al que eh visto calamar a las aguas con su calma e invocar el viento necesario para que nadie sufriera daños y el barco llegara a destino. Éste me niega que eso sea posible, pero yo le aseguro que esta niche, cuando la marea esté plena a eso de las doce y media, Antón será libre y los secos tendrán faena esperándoles, pues mañana deberán ir en busca de sus muertos para llevarlos de vuelta a sus tumbas."
Pasó la lluvia y con los cafés me atreví a preguntar a Paco si era posible ver ese rescate. De reojo y sonriendo con suficiencia, me dijo que si me atrevía, podía acercarme al otro lado del cementerio de Niembro a las doce y media de esa misma noche para ver lo que, de seguro, iba a pasar. So si, me avisó: vaya preparado, que lo que va a ver no es bueno de ver y el agua le rodeará ese arriba y desde abajo.
Enfundado en un impermeable a prueba de todo y con el alma dispuesta a ser puesta a prueba, encaminé mis pasos al recodo desde el que siempre me quedaba extasiado viendo el cementerio de Niembro, con sus muros cortados sobre la ría y las tumbas orientadas a monte pudiendo tierra en la que descansar más seguros de que el mar no los llevara junto con sus hijos.
El tiempo iba pasando a medida que la noche se cerraba y el aguacero arreciaba, hasta que a las doce y media un brazo de mar se elevó hasta el camposanto para inundar a la tierra de sus demandas y exigencias. Llevados por el agua, decenas de féretros, corridas las lápidas por la fuerza de la olas, flotaban hacia la ría en una cabalgada funesta a la vez que una luz blanca y espectral cabalgaba la ola de marea que retrocedía buscando la libertad de las aguas abiertas y salvajes en las que, desde ese día, Antón gozaría de la libertad e los hijos del mar que pueden cabalgar la marea de los muertos y abrir las tumbas de todos sus hermanos para robárselos a la negra tierra.