Fuerzas telúricas
Hay algo en nuestra esencia mas íntima, algo mineral que se acomoda y vive en esos átomos de carbono de nuestra naturaleza, en el hierro de nuestra hemoglobina o en el oxígeno que nos hace vivir; algo que conecta con ciertos lugares de la tierra con una intensidad especial. Unos hablan de corrientes magnéticas, otros de placas y movimientos de la corteza y yo me limito a hablar de sensaciones experimentadas que nos dan un instante de plena armonía con un paisaje concreto, con una luz o con lo que cada no viva y sienta en ese lugar concreto.
Los antiguos edificaron santuarios y colocaron oráculos atiborrados de laurel y los modernos, más calmados y sin esa cotidianidad en el trato con los dioses, nos quedamos quietos, felices, en calma o extasiados dejando que las sensaciones lleguen dentro, allí donde se pueden encontrar con la oscura materia de la que estamos hechos; con ese polvo de estrellas que reconoce a los suyos para hablar de eternidades y futuros minerales.
Yo me he encontrado con algunos de esos lugares o he creído reconocer las señales de esa conexión medio mística y medio biológica en Roma, en la asombrosa luz con la que Granada se ha construido para hacer habitable el aire, las luces y las aguas; en las inmensas montañas de Pirineos y en una lejana llamada no muy clara de las arenas del desierto que soplaron mi nombre en Zagora para que me dejara guiar por los cincuenta días de camino hacia ningún lugar, por mucho que los hombres se empeñen en ponerle el bonito nombre de Tombouctu, hoy sumido en el caos de la sinrazón religiosa.
Todos esos lugares tienen magia, tienen algo, tienen misterio, pero nada comparado a lo que siento cuando llego a un rincón especial en el que se reúnen las estrellas que fueron y que hoy forman mi cuerpo, los verdes y los montes de la zona, el sonido del mar y mi piel abierta para recibir el saludo de milenios de belleza concentrada en una playa montaraz y descuidada donde, sencillamente, el universo conspira para que yo sea feliz confirmando que la eternidad consiste, sencillamente, en una luz dormida en la calima que se levanta con la brisa. No hace falta nada más.
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