No es fácil ser distinto: ayuda si puedes y respeta siempre.
La Federación de Gays y Lesbianas nos recuerda, hoy que empieza el curso, que tener una sexualidad diferente a la norma establecida sigue siendo una verdadera maldición. Puedo entender que la adolescencia es cruel y que el individuo se sienta fuerte en la reivindicación de su normalidad atacando a aquél que se distancia de esa norma. Puede ser por su presencia física o, como es el caso, por sus preferencias sexuales. Es un mal momento que suele pasarse, pero me gustaría detenerme en dos puntos muy negros.
Primero: el 11% se ha visto “perseguido” por los profesores. A ver, una cosa es que la adolescencia no piense y sea cruel (conozco y he sido uno de los "ellos" y no me cuesta imaginar la misma crueldad en las "ellas") y otra muy distinta, que un pedagogo no tenga la suficiente formación, experiencia y sensibilidad como para no acudir en apoyo y ayuda de esa persona que tan mal lo está pasando por culpa de algo que ni puede controlar, ni ha elegido.
La homosexualidad nioes un enfermedad, ni es un vicio elegido, ni una degeneración ni mucho menos una frivolidad; hasta donde sé, es una posibilidad que se manifiesta al margen de otras experiencias vitales que hayan podido tenerse. Pensar que alguien responsable de la formación de estas personas no sólo no preste la ayuda de su experiencia y conocimiento sino que colabore a su sufrimiento y persecución, me repugna las tripas hasta lo insoportable.
La segunda consideración es sobre las diferentes corrientes y excesos que tienen lugar en medios de comunicación y entornos políticos. Ni la homosexualidad es algo que se “prueba” sin más como si no tuviera trascendencia en la vida y fuera algo inocuo –los datos lo corroboran- ni, como pretenden los carcas, es una enfermedad nefanda que hay que ocultar, sanar o corregir. Nuestra sociedad está lejos de integrar con normalidad lo que es normal, que no norma, desde siempre, de manera que es sencillo imaginar el desierto de incomprensión, desprecio y crueldad que deben afrontar los que, en el entorno escolar, se ven distintos y arrinconados por aquellos que, precisamente, se han convertido en su máximo objeto de deseo. Debe ser una tortura impensable.
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