Nuestro miedo cotiza en bolsa
La actual situación política, económica y social que vive el mundo recrea antiguos patrones de comportamiento que, por desgracia, ya demostraron sus funestas consecuencias hace décadas. Si nos fijamos en Europa, la dinámica de deterioro económico ha desencadenado corrientes que la Unión Europea parecía haber superado. Europa se ha vuelto miedosa y racista; el otro -el difuso enemigo culpable de todos nuestros males- se disfraza con muchos rostros para materializar nuestros distintos miedos.
El primero, el más importante, es el miedo a que nos suplante en el puesto de trabajo y ese miedo hace sospechosos a todos los que han venido impulsados por muchas y diferentes razones, bien económicas o bien políticas, que de eso también hay mucho. Es difícil sustraerse a la tentación de buscar la salida fácil de la expulsión, pero si parece lógico que haya una buena política de inmigración basada en contratos en origen, campañas temporales -la fresa de Huelva ha desarrollado programas modélicos que se pueden ampliar- y muchas otras medidas que podrían asegurar la integración adecuada de la fuerza laboral idónea evitando bolsas de marginalidad o paro indefinido. Y eso no quiere decir negar derechos adquiridos mediante el pago de los impuestos a los que haya habido lugar, por supuesto, que nadie se confunda.
Otro patrón que va adquiriendo fuerza es el del rechazo del norte hacia el sur, de los países ricos, cansados de corrupción y derroche, contra el sur, hartos de la tiranía financiera de las grandes corporaciones alemanas como cliché dominante. Y en ese terreno, lo siento, el sur le ha regalado al norte una foto, un estereotipo, que no puede ser más claro: el sur se ha beneficiado de nuestro apoyo solidario para dilapidar h malversar nuestros impuestos y ya estamos hartos. Ese regalo se lo han mandado los miembros de una clase política culpable, corrupta y deshonesta que se aprovechó de un sueño colectivo para beneficiarse de manera ilegal. Y reconocida esa culpa, los del norte también deberían mirar las acciones de unos bancos y unas empresas que, de espaldas al espíritu que anima la unión de los países, se han puesto las botas prestando y vendiendo a los europeos con modelos financieros propios del más rancio colonialismo.
En definitiva, estos y otros patrones de autodefensa nos traen, de nuevo, el rancio aroma del miedo que tanto daño ha hecho en la historia. Sólo queda añadir el factor religioso, muy cerca de unirse a la trilogía de la guerra, y el paquete estará completo: Europa habrá fracasado de nuevo y el resto de las grandes potencias habrán conseguido librarse de un enemigo potencialmente muy peligros.
Como siempre, el dinero habrá ganado y los ciudadanos habremos perdido gracias a unos políticos ineptos que sólo han hecho bien una tarea: obedecer a los que de verdad mandan y les dan de comer. Como última idea: ninguna declaración realizada desde el poder que tenga repercusiones sobre la economía se realiza "gratis et amore" , me juego la barba, que hay demasiado dinero por medio como para creer que los pajaritos maman.
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