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domingo, 28 de abril de 2013

La medida imposible




Hay balances que se revelan imposibles justo cuando más sentimos la necesidad de equilibrarlos. Son los balances que afectan a los sentimientos, a la afectividad, a las necesidades que cada cual siente y cuya satisfacción depende no de nuestras propias ejecuciones, sino de lo que los demás tengan a bien ofrecernos. 
Dar es un impulso, una necesidad para muchos, es algo que a algunos les desborda sin esfuerzo y a otros les supone un proceso más largo; un actoo aislado que no forma parte de la propia naturaleza y que, bajo ningún concepto son procesos comparables. Es cierto que hay momentos en los que la debilidad hace que intentemos conocer el estado de nuestra balanza de pagos, pero eso es un error; eso sólo puede acabar en un estado  de frustración subjetiva que ahonda el desánimo.
La naturaleza de cada uno hace que la afectividad se manifieste de múltiples maneras y todas ellas son igualmente válidas, pero nunca comparables de manera que suavidad, hermanos. Hay que dejar que la cosa fluya sin demasiada tensión o demasiada ansiedad, pero en las relaciones humanas no hay reglas contables, de manera que los indicadores no son fijos.
Eso si: somos libres de fijar los límites a partir de los cuales la relación no es justa y poner  punto final si es que la insatisfacción es alta y permanente, que eso también es humano y a nadie se le puede exigir que vaya más allá de los límites de su propia satisfacción. Y como última reflexión: mucho mejor dar, más sencillo, más gratificante y mucho más natural. Recibir te deja siempre con una cierta sensación de deuda moral que, a mi por lo menos, me resulta complicado gestionar. 

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