Por simple estadística, las grandes ligas del deporte mundial cuentan, entre sus numerosas filas, con deportistas homosexuales y eso debería considerarse normal, pero no es así. Uno, que ha lucido el palmito por muchos vestuarios, jamás se ha preguntado si había un homosexual entre los presentes, de manera que encuentro lógico y normal que una parte de ellos tuviera tal condición, cosa que, dicho sea de paso, me importa un bledo y los que saben lo que es un vestuario tienen claro que no hay ambiente menos dado al glamour que los esparadrapos tirados y el cansancio de una buena jupa entrenando.
Parece ser que el machismo de los USA y algunas declaraciones de algunas figuras al respecto del estilo de “No quiero un marica en mis duchas” había conseguido mantener las puertas del armario cerradas a cal y canto hasta hoy, fecha en la que un valiente ha dado el primer paso: Jason Collins, pívot de los Washington Wizards se ha quedado como dios al reconocer que le gusta los hombres. ¿Y?
Pues me imagino que nada en especial, que seguirá jugando un año o dos más –es talludito el chico- y que luego se marchará a su casa sabiendo que tiene cerradas, para siempre jamás, las puertas para entrenar a cualquier equipo universitario o de High School, que eso sí que está muy mirado por los jefazos.
Por si alguien se imagina que es una excepción o una rara avis, que piense que se equivoca, que todos los deportes y todos los vestuarios, masculinos y femeninos, cuentan con su correspondiente y alícuota parte de representación homosexual, como no podría ser de otra manera. Es más, en algunos casos, la cuota es más alta y no pasa nada, que los que están metidos lo saben y para nadie es motivo de escándalo o preocupación.
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