Lo que pasa por no asfaltar el bosque
España vive inmersa en lo inaudito sin que su clase política y su gobierno, especialmente este último, parezca darse cuenta de que el deterioro de las estructuras sociales, esas que nos permiten convivir sin demasiados conflictos, se hallan heridas de consideración.
Un juez declara -sin que se organice la mundial - que sufre presiones constantes en el ejercicio de su profesión. O es verdad y el poder judicial se moviliza como un solo hombre en su defensa, o es mentira y el fulano deja de ser juez a la voz de ya.
La fiscalía, que nada manga por hombro, acusa a la infanta de haber vendido no se cuantas fincas; a Bárcenas de haber conseguido acumular la modesta cifra de 47 milloncejos de euros en Suiza y al CdC de haberse organizado un chiringo para que una pequeña empresa le convenciera para aceptar 6 millones de euros, pero Mas dice que es mentira.
Lo del Parlamento llega al absurdo y la Iglesia se deja representar por elementos como el obispo de Córdoba, pretérito cercopiteco que se descuelga con la rotunda afirmación de que las mujeres en el sacerdocio, nasti de plasti, que eso es un don que concede Dios a los machos y no a ellas, así que a conformarse con el amor y al oración y no con el ejercicio.
Las causas por corrupción política rondan las 1700 y aquí los partidos preparando el verano, que con estos calores no está uno para nada, salvo para los incendios que se van a organizar este verano gracias a haberse tocado lo huevos a dos manos durante todo el invierno. Eso lo veremos, como veremos al ministro de medio ambiente decir que la culpa de los incendios la tiene la falta de urbanizaciones asfaltadas, que eso de dejar el campo a su aire tiene consecuencias y eso, done reina el cemento, no pasa, así que ya se sabe: ¿pinos? Para nada: farolas, que no se queman.
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