Los reyes son reyes, nos cuentan, por la gracia de Dios y eso, de alguna manera, los convierte en menos humanos y más cercanos a los dioses. Y está bien que así sea, pues el oficio de reinar es un oficio inhumano, algo que debe desarrollarse de una forma por completa ajena a nuestras debilidades.
El rey es un ser que no puede mostrar debilidad, sentimientos o flaqueza alguna. Sólo sirve a la corona, sólo sirve al cargo y a lo que representa y cuando se aleja de ese terreno, se convierte en humano y falla, se hunde, muestra humanidad y no s válido.
Reinar es un oficio inhumano que cambia su exigencia por determinados privilegios que obligan mucho, así que no vale quedarse con los privilegios y sucumbir a las debilidades. Decían los curas de mi infancia que los enemigos del hombre son tres: el mundo, el demonio y la carne.
A nuestra familia real le han pillado los tres enemigos por banda y nos los han dejado desnudos y miserables con las vergüenzas al aire: la carne del padre, el mundo de la hija y el yerno y el demonio de la ambición desmedida para todos.
Reinar es un oficio inhumano y como humanos que son, los reyes sucumben y fallan. Nos seamos injustos y no pidamos a los hombres que no sean humanos. No le pidamos al hombre que ejerza un oficio inhumano, que mejor será que nos conformemos con que un hombre realice el trabajo de un hombre y de busquemos a alguien que se entienda con Dios.
Mejor que se entienda con nosotros.
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