Si la genialidad de Gila nos informaba que, al encontrar una colilla, se podía deducir que "alguien ha fumado", con el clima empieza a pasar lo mismo. Las ciudades viven de espaldas a ese hecho y se rodean de calefacciones, parapetos contra el viento y aires acondicionados, pero en cuanto uno pilla la carretera y hace unos kilómetros, la cosa cambia.
Uno, que además de vivir fuera de la ciudad se desplaza en moto - la mejor manera de conocer que tiempo hace realmente - empieza a concluir, como el de Gila, que "aquí pasa algo".
La memoria del clima es frágil y muy flaca y siempre nos parece estar viviendo el momento "más" o los días "más" de espaldas al rigor científico de la serie estadística y los registros reales de lo que ha pasado, pero hay datos que podemos seguir fácilmente y que indican ese algo.
Por encima de los deshielos, espectaculares, de polos y glaciares -especialmente los últimos - tenemos observaciones particulares sobre esa extraña secuencia de días de lluvia seguidos de vendavales que todo lo secan; la humedad desconocida en los inviernos mesenterios y la aparición de fenómenos extraños. Por ejemplo, en mi casa, de clima continental duro y extremo, los romeros han estado floreciendo todo el invierno, algo que me sorprende. Eso, por no hablar de los pájaros que se mueven en los altos en fechas extrañas: muy retrasadas en el otoño y muy temprano en el final del invierno y primavera.
El gráfico que encabeza la entrada lo muestra claramente y sin duda alguna: en los últimos dos años el inicio del año ha supuesto una aportación de agua a los pantanos que no tiene comparación con la media de los últimos 10 años, ya influid por las anormales precipitaciones de 2013.
Aquí está pasando algo que no es habitual, seguro. Y si no, que se lo pregunten a los de la costa norte de España, que de algo se han enterado.
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