Sólo uno de estos presidentes se libró del virus, el que menos tiempo habitó el inmueble afectado. El actual parece inmerso en pleno proceso de infectación.
Hoy me gustaría hablar de un tema que, aunque ocupe cabeceras destacadas de vez en cuando, habita el silencio de lo extraordinario y de lo desconocido: las enfermedades extrañas. Hay una definición médica que las califica según el número de afectados por cada millón de habitantes, siendo requisito imprescindible que ese número sea muy pequeño.
Los que las padecen suelen tener unas vidas bastante perras, peregrinan de hospital en hospital y de médico en médico con la esperanza de que alguno les ofrezca un poco de esperanza; una vida mejor o un alivio para sus dolores, limitaciones o síntomas. El tema es grave y no admite bromas, pero hay una enfermedad que es, además de extraña, perniciosa para el colectivo social que la aloja; aunque sólo uno de entre cuarenta millones de humanos se vea afectado. Me refiero al famoso y nunca resuelto caso de infección viral que se manifiesta con síntomas diversos, muchas veces iguales de individuo en individuo y que conocemos como “síndrome de La Moncloa”. Este síndrome, que debería ser objeto de prioritaria atención de Psiquiatras, Psicólogos, epidemiólogos y de internistas cualificados y coordinados en un equipo de plena dedicación y vigilancia de 24 horas 365 días al año, hace que el sujeto se desconecte de la realidad aunque sus manifestaciones le hagan parecer lúcido. Es un reto profesional de primer orden, pero que debemos tomarnos en serio o, de lo contrario, seguiremos sufriendo sus consecuencias. Señales de alarma hay muchas y, habitualmente, se muestran con más virulencia en periodos de mayoría absoluta y cuando el habitante de la Moncloa supera los cuatro años de exposición al virus.
Es entonces cuando el paciente se muestra hiperactivo y subjetivamente lúcido, capaz de ver la realidad con una perspectiva que el resto de los humanos somos incapaces de discernir. La enfermedad, en su grado más grave, consigue que el paciente afirme cosas tan irreales como que “lo de Filesa es mentira”, “UCD es un partido cohesionado y homogéneo”, “Deben creerme, hay armas de destrucción masiva escondidas en Irak” o “la crisis no afectará a la economía española”.
Es entonces, justo cuando ya los síntomas son irreversibles y la vida intelectual del sujeto degenera, cuando se debería hacer oficial el diagnóstico del equipo médico y evitarle al paciente la larga espera que lleva al abandono del edificio y a su posterior convalecencia y cura. Y es que lo curioso es que si bien las secuelas permanecen unos meses en los que el sujeto, todavía estuporoso, piensa que sigue ocupando el poder y que su opinión y juicio siguen siendo importantes, al cabo de unos meses de indiferencia y silencio, recupera su vida normal y es, incluso, capaz de comportarse normalmente.
Soy demócrata como el que más, pero haber visto a cuatro presidentes sufrir los efectos crueles de este virus, me hace exigir a la sanidad pública que tome medidas y cree ese comité médico que nos evite espectáculos como el que ahora nos obligan a contemplar. Desalojo, elecciones y mucha, mucha vigilancia sobre el nuevo sujeto expuesto al virus.
Perdonen el retraso los fieles lectores que se han visto frustrados en sus horarios habituales, pero hoy el autor ha tenido ineludibles obligaciones que han retrasado el momento de la publicación.
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