Gracias a internet (y a Angel González), disponemos de todas estas fotos para ilustrar la entrada
Hace ya bastantes años, al poco de hacerme vecino del pueblo en el que vivo y abandonar Madrid, los campos que rodeaban mi casa estaban baldíos y solitarios, permitiendo que los animales de la zona medrasen con razonable tranquilidad. Uno de esos habitantes, junto con abubillas, lechuzas, mochuelos, picapinos, alguna que otra perdiz y las lejanas rapaces de vuelo alto que apenas se acercan por la zona, era el abejaruco. No es que yo sea un avezado ornitólogo, así que nadie piense que la identificación del visitante no tuvo su trabajo, que lo tuvo y mucho.
Lo primero que sorprende de este pájaro es un vuelo diferente, muy distinto de lo que estamos acostumbrados a ver en nuestras cercanías, y fue el vuelo lo que me picó la curiosidad de identificar al sujeto del estudio. Vuela como un caza: rápido, vivaz, cortante y sorpresivo dejando destellos de verde y amarillo en el cielo azul del verano. Vuela precioso y se merecía tener nombre, así que me puse a ello hasta que tuve la certeza de su identidad, otorgada por el hallazgo de una colonia de anidación a escasos metros de la que, entonces, era la última casa del pueblo en la senda de la mía. Estos pájaros necesitan cortados terrosos en los que excavar sus galerías, dejando la pared convertida en un bloque de apartamentos con aspecto de Gruyere.
Hace años que la expansión del pueblo se llevó por delante la colonia y dejó, en su lugar, más casas anodinas que no embellecen nada. Los abejarucos intentaron buscar otra cortada, mucho más modesta, en la que hacer nidos; pero ese intento acabó en fracaso y los nidos pasto de ratas y culebras, así que el pueblo tuvo que acostumbrarse a la ausencia de uno de sus más bonitos visitantes.
Ayer, mientras volvía a casa por la senda de una cañada real abierta al tráfico, pude seguir en la moto el vuelo de tres abejarucos cerca de la Universidad. No sé donde anidan ni en que condiciones está su cortada; tampoco se cuantos son pero puedo asegurar que ayer me llevé una alegría enorme al reencontrarme con ese viejo amigo que creía perdido para siempre en nuestra comarca.
Queda esperar el retorno del cuervo, barrido por la superstición y la inquina de los pastores; queda esperar al Búho, el común y el Real o Gran Duque, al águila y otras aves que, sin ser capaz de identificar, echo de menos en el paisaje cotidiano de los campos cercanos.
Mientras espero, disfruto de la fugaz visión de los abejarucos y del tranquilo pasear de la pareja de abubillas que, de cuando en cuando, vienen a recolectar gusanillos en mi jardín.
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