Ayer,15 de Mayo, Madrid se echó a la calle para pisar la Gran Vía por el medio, sin coches, sin prisas, sin frenazos y sin malos rollos. Madrid, los madrileños, tenían ganas de un rato de tranquilidad, de pasear al fresco de la noche de Mayo sin más causa ni más excusa que la música, hacer corros encima de la azul moqueta (regalo de Telefónica) y beberse alguna que otra cerveza mientras se comía del chino cercano. Hacía tiempo que no veía ese ambiente de amnesia colectiva, de ganas de escapar de las malas noticias y de disfrutar de una noche en la que no pasaba nada, sólo la noche a la espera de los fuegos artificiales.
Hubo unos años en los que un catedrático nos hablaba de que Madrid tenía una raíz de convivencia pueblerina; de saludos y buenos modos, que se había olvidado en alguna oscura buhardilla y que había que recuperar para el disfrute y solaz de una mejor vida colectiva. Ayer tuve la sensación de que el calendario había retrocedido hasta aquellos sueños y la gente descansaba de crisis; se olvidaba de las colas del paro y por unas horas, solo por unas horas, se entregaba a la efímera sensación de que la vida y la noche eran lugares y tiempos en los que se podía habitar.
En los años 80 el sueño vino a lomos de un caballo desbocado que también trajo la muerte y la desgracia, pero el sueño de ayer, de verdad, era plácido; como si todos estuviéramos un poco agotados de todo y se necesitara ese pequeño rato de sosiego que hasta las guerras ofrecen entre batalla y batalla. Grupos de amigos sentados; turistas alucinados que hacían fotos sin entender la magnitud de una muchedumbre que, ala una de la madrugada, abarrotaba la calle en la que ya no pasaba nada: ni conciertos, ni atracciones ni nada, sólo la noche que transcurría adelantando las noches del cercano verano. Madrid, ayer, sacó del armario su alma de pueblo manchego y se sentó a la fresca para charlar un poco de todo, pero fundamentalmente, se gustó a sí misma como hacía años que no la veía gustarse.
Nos hacen falta muchas noches como la de ayer, pero lo que más falta hace es que la noche de ayer se meta en los despachos del poder, de la política, de la audiencia nacional y que todos ellos vuelvan a sentir, bajo sus posaderas, el duro tacto del suelo de la calle para que les recuerde que el suelo es de todos y a todos iguala cuando nos recibe una vez muertos.
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