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jueves, 27 de mayo de 2010

La verdad de los símbolos


Un titular, del que daré los detalles más tarde, me hace reflexionar sobre la verdad que habita en los símbolos y en la falta de conexión de esa verdad con las raíces históricas que los sustentan. Si a los nazis hitlerianos les hubieran explicado que sus veneradas cruces gamadas se remontan a las primeras representaciones de las galaxias en espiral, que se grabaron hace miles de años, en una zona tan alejada del ideal ario como la India, probablemente la cosa hubiera acabado mal.
A un símbolo no se le puede pedir verdad; se le pide carga emotiva, sentimental y visceral, pero muy poca racionalidad. Acercarse a los símbolos y a su tratamiento y status desde el plano intelectual es buscarse un fracaso absoluto y un dolor de cabeza inmediato. Como ejemplo, propongo el análisis de un símbolo al que todos estamos acostumbrados y hemos visto cientos de veces en las películas de romanos: las águilas de la legión. Si preguntamos, todo el mundo contestará que las águilas y la legión crecieron juntas y meterían la pata hasta el corvejón. Lo que ahora vemos como símbolo de las invencibles legiones supuso una afrenta y una revolución encabezada por un “hombre nuevo”: Cayo Mario.
Este militar, el mejor que ha dado Roma, tuvo que subvertir el orden establecido y reclutar soldados entre los denominados “capiti censi”, que ni siquiera eran ciudadanos. Hasta entonces, un legionario romano era, primero, ciudadano y luego, propietario: de un esclavo y de las armas y equipamiento que llevaba al combate. Mario, imposibilitado para reclutar entre una ciudadanía diezmada por los fracasos militares, recurrió al lumpen para formar sus legiones a las que dotó de un equipo militar nuevo (había sido legionario raso y sabía lo que funcionaba y lo que no) y de un símbolo de la oportunidad ofrecida: el águila de las legiones de Mario; la renacida esperanza. Su portador, el “aquilifer” era revestido de honores, de pieles de lobo o de león, seleccionado entre los más valientes y fuertes y debía proteger el águila con todos los medios a su alcance. Estamos hablando, aproximadamente, del año 100 A.C. Poco más de un siglo después, las águilas ya habían conseguido ser sagradas y cuando un general de Augusto, Varo, sufre una emboscada en los bosques de Teutoburgo y pierde cuatro legiones enteras y cuatro águilas, los cronistas cuentan de la desesperación del emperador y de los gritos nocturnos de “Varo, devuélveme mis águilas, devuelveme mis legiones”. Fueron buscadas por Tiberio y por Cáligula, pero fue Caludio el que, recurriendo a sus conocimientos de historiador, mandó un destacamento reducido a un lugar sagrado mencionado en una oscura crónica, recuperó los ya sagrados estandartes. De la subversión a la sacralización sin cambiar de función o de aspecto. No está mal.
Hoy, el titular culpable de este largo preámbulo, ha sido el siguiente: “Polémica exposición fotográfica de Winkler y Noah” y bajo él, las fotos de varias chicas crucificadas. La comunidad religiosa, la cristiana exclusivamente, cabreada como una mona y la cruz sacralizada sin tener en cuenta su evolución como símbolo.
La cruz fue, primero y ante todo, un símbolo de poder del hombre sobre el hombre. Es, en primer lugar, un instrumento de tortura cuya crueldad y capacidad para infringir daño no ha sido superado todavía. Los antiguos romanos buscaban árboles que hubieran sido hendidos por el rayo (nefastos y malditos) para sacrificar en ellos a las víctimas de la crucifixión, llevando el castigo hasta el más allá. Era tan atroz que no se podía crucificar a un ciudadano romano y en la práctica, el castigo era reservado para los esclavos reos de los peores delitos y para los elementos más subversivos de las provincias ocupadas. Ejemplos: César secuestrado por piratas, retorna a su guarida, los toma prisioneros y crucifica a unos 500. Craso, en su retorno victorioso de la expedición contra Espartaco, deja el lado derecho de la Vía Apia sembrado de 5000 crucificados cada pocos metros; muertos que permanecen colgados para mayor gloria del ejecutor hasta que acaba el año de su consulado. Unos quince meses de cadáveres ejemplificadores pudriéndose al aire.
Los primeros cristianos utilizaban el pez como símbolo de su religión y de la original vocación de su creador como “pescador de almas”. La cruz era el símbolo de la peor cara del imperialismo, de la opresión, de la esclavitud y de la crueldad del castigo infringido por Roma a los pueblos sometidos. Tanta era su crueldad que, cuando el verdugo sentía piedad y se ponía sentimental, para que el reo sufriera menos, le rompía las piernas para que muriera antes. Hombre, antes moría; pero jodido del todo y en medio de unos dolores atroces.
El símbolo de la cruz se consagra en un sueño, en una extraña premonición o visión de Constantino que , antes de la batalla que le dará el poder, ve una cruz en el cielo y oye las palabras “IN HOC SIGNO VINCES” (bajo este signo, o con este signo, vencerás) y ese signo le llevó a convertirse al cristianismo y a adoptar la cruz como símbolo de la unificación dogmática del imperio, bajo una religión ecléctica que tomaría sus mitos de todos los rítos presentes entre los pueblos conquistados. Desde Mitra hasta el Sol Indiges o Sol Invictus para dedicarle el domingo festivo, la simbología cristiana se lava la cara y hace de la cruz, antiguo elemento opresor, el signo de la liberación del hombre y de la redención de todos nuestros males. Hay que reconocer que la jugada es brillante e inteligente, tanto que hace inútil discutir sobre lo adecuado o inadecuado del mensaje de la exposición, que pretende poner de manifiesto el papel secundario de la mujer en nuestra sociedad; tan secundario como el de los esclavos crucificados hace siglos.
Personalmente me importa muy poco y lo único que me ofende es el oportunismo de saber que el uso del símbolo ajeno garantiza el revuelo y el interés por la exposición. Eso me parece cutre, rastrero y por completo contrario al imprescindible debate sobre la necesidad de alejar y separar lo religioso de lo civil en nuestra sociedad. Así no se hace causa.

2 comentarios:

  1. Hay algunos datos erróneos; los primeros cristianos usaban el pez, porque su nombre en griego era anagrama de el de Cristo, además de recordar el milagro de los panes y los peces; el signo que soñó Constantino, no fue la Cruz, sino el Crismón; la cruz empezó a ser empleada tiempo más tarde en Egipto, sin duda por influjo de otro signo propio de la antigua religión de los lares, la cruz ansada, símbolo de inmortalidad.
    Ciertamente, hubo muchos crucificados, antes y después del más conocido de ellos; y sin duda, incluídas mujeres; entre ellas, algunas santas, también devotamente representadas en el arte europeo sin causar escándalo, en algún caso mostradas desnudas, que es como morían los condenados a ese suplicio.
    Es más, yo mismo, que pretendo pintar un cuadro con una mujer crucificada desnuda, he hallado este artículo buscando imágenes de eso mismo.
    Pero los "artistas" autores de estas obras -seamos razonables-, si han escandalizado, es precisamente porque lo pretendían; de otro modo, hubieran prescindido de coronas de espinas, y se hubieran alejado de otros elementos que remiten a la muy asimilada iconografía. Decir lo contrario es, como suele decirse, tirar la piedra y esconder la mano. Yo mismo, de hecho, no sólo evito la corona de espinas o el nimbo, sino incluso el "titulus crucis", personas al pie de la cruz, etc.

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