Plaza de los Delfines a la una de la madrugada. La noche de Mayo templa el aire y las horas se han venido para hacerse largas en las ganas de diversión de los veinteañeros que ocupan las aceras. Bolsas y botellas se agrupan en la pretil de la boca del metro; los bancos ofrecen asiento a los grupos que se ocupan en liar porros con los que llenar de tufo el ambiente y la calle entera; ellos y ellas por separado, distantes, ni siquiera jugando a la mutua observación.
Van pintadas como puertas, vestidas para matar sobre vertiginosos tacones que les machacan los pies y hacen que, desde el inicio, se busque el descanso a la tortura posando los pies descalzos en las bolsas de basura en las que portaron las bebidas. Las cucarachas, felices, se pasean buscando restos de patatas, panchitos o el azúcar de los licores que gotean sobre la acera y escalan los pies desnudos cuando toca.
Paseamos entre grupos a la una y volvemos a pasear entre otros grupos cuando salimos del garito en el que hemos tomado una copa para justificar la noche. Como escollos visibles entre las aguas, un grupo de carrozas se destaca entre la marea de jóvenes que ni siquiera nos miran curiosos o sorprendidos por la invasión de sus dominios. En el dominio de estos jóvenes, en la barra desde la que se suministran las copas a un ritmo sorprendente, hay un faro de seguridad que les reconforta cuando la noche se pone peligrosa o solitaria: perfectamente alineados en el mostrador, unas fuentecitas cuadradas y discretas permanecen llenas de chuches que se reponen constantemente. Un ancla con la niñez perdida; un cordón umbilical que con aquellos años en los que los problemas sólo vivían el tiempo que se tardaba en encontrar un dulce caramelo con el que reconfortarse. Un engaño que pretende ocultarles a la realidad de una situación compleja, complicada y muy hostil que les espera ala vuelta de uno o dos años; los que tarden en tenerse que poner a pensar en sus vidas; no el las vidas que sus padres soñaron para ellos.
Salimos del garito y recuperamos el aire fresco de la noche para ver los grupos crecidos, las miradas un poco más turbias en unos ojos en los que se reconocen los efectos del alcohol y del hachís. Sigue habiendo un ambiente de expectativa por lo que traerán las horas que están por llegar, pero los sexos siguen separados, ajenos, distantes, casi hostiles en el reparto de los lugares estratégicos.
Al fondo, las luces de Tiffani´s a las que se dirigen los pasos de todos como si de un faro marino se tratara. Ya van colocados evitando un gasto excesivo con los abusivos precios del alcohol en la discoteca. La noche espera divertirse mientras los jóvenes esperan que la noche les divierta. Las horas pasarán y para algunos, la noche habrá pasado esperando una llegada eternamente ausente.
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