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martes, 25 de mayo de 2010

S.P.Q.R.

El senado, esa ilustre, oligárquica y nada democrática institución romana que ha llegado a nuestros días revestida de un bonito ideal de casa del debate, del diálogo y de la libre exposición de las ideas ha tenido, hoy, uno de sus días más negros. El senado ha vuelto a los peores días de la última época de la república(romana), esos en los que los populistas y los llamados hombres buenos se enfrentaban usando las peores armas para impedir el normal funcionamiento de las instituciones.
La idea de impedir el uso de la palabra, bloquear las votaciones y el empleo trucos mucho más indignos todavía no es nueva. El Catón enemigo de César era capaz de hablar durante horas para que el sol cumpliera su viaje y no se pudiera votar; Bíbulo, colega consular de César, se encerró en su casa en busca de presagios para poder declarar inválidas las leyes promovidas por su colega y Sila, sencillamente, se levantó en armas contra aquellos que le habían usurpado sus derechos.
Hoy el Senado español se ha revolcado en el poso de mal estilo de aquellos días para vergüenza de su presidente, que ha tenido que recordar a sus señorías que estaban ofreciendo un espectáculo deleznable. Cuando el berrido y el abucheo imperan, el ingenio, la inteligencia y la argumentación brillante salen en estampida, incapaces de habitar las mismas salas en las que esos patanes reinan. Ser parlamentario (y la denominación tiene miga) es muy complicado, pues hay que ser capaz de usar la palabra con la precisión de un bisturí; hay que dominar tanto el fondo como la forma; hay que ser capaz de reaccionar a las fintas, engaños y señales que nos llegan desde el otro lado y salir airoso siendo consciente de que el insulto, sencillo, soez y popular, es la mejor demostración de fracaso que puede ofrecer el oponente.
No me gustan esas formas en nuestras cámaras, me avergüenzan y espantan, pues el ejemplo que se ofrece al ciudadano hace que las formas, en general, se degraden; se pierda la inteligencia y se busque la patada en la espinilla como máxima demostración de un pensamiento elaborado.
Nuestros políticos se conforman con leer discursos que han sido preparados sin tener en cuenta lo que el contrario ha expuesto; los diputados y senadores se contentan con soltar exabruptos sin medida y con insultarse y denigrarse con expresiones que harían enfurecer a los políticos de otras épocas que no son tan lejanas como algunos piensan.
Hoy, el Senado ha dado argumentos a los fascistas que quieren hacernos pensar que la democracia es una herramienta inútil para el gobierno de las naciones y eso no se puede consentir.

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