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sábado, 29 de mayo de 2010

Mutatis mutandi



Es curioso comprobar la influencia del paso del tiempo sobre las cosas; tanto en el aspecto personal como en lo que toca a la dinámica social. En el terreno personal es agradable ver crecer los matices; notar que las aristas se suavizan y los colores se mezclan en aquellos temas sobre los que nos gusta volver una y otra vez y a los que vamos añadiendo pinceladas y sombras sobre viejas luces. También es divertido ir descubriendo, en la historia, que es complicado encontrar cosas verdaderamente nuevas bajo el sol y que el ser humano tiene una marcada tendencia a volver siempre a los paisajes conocidos.
Sobre el cambio en la percepción de las cosas, suelo manejar una comparación de esas que acaban por definirme a mi mimo más de lo que definen aquello que quiero expresar, pero bueno, allá va: “Siempre digo que la diferencia entre los 20 y los 50 años a la hora de analizar las cuestiones es que, a los 20, si nos piden que digamos qué es una lejana mancha en la cima de una montaña, es probable que digamos una vaca de raza frisona, de 5 años y que da unos 30 litros de leche a día. A los 50, si nos ponen una vaca a medio metro de la cara y nos preguntan que es ese bicho, diremos algo parecido a que “visto desde aquí y con esta luz, yo diría que es una vaca.”
Y lo curioso es que esa posibilidad, nunca certeza, a mi me va dando más seguridad y confianza que la certeza de los 20, pues la convivencia con la duda no sólo no me quita nada, sino que me aporta inquietud y preguntas; hace que tenga ganas de seguir encontrando matices y colores; me hace sentirme vivo y curioso, tan vivo y con tantas inquietudes intelectuales, o más, que cuando a los 20 creía saber un montón de cosas que tanto esfuerzo  me ha costado olvidar.
Con la sociedad y con sus corrientes pasa un poco lo mismo, sólo que las sociedades se entregan a los descubrimientos de cada época con el fanatismo inexperto de la juventud, olvidando las lecciones colectivas que la historia va poniendo a nuestra disposición. Digo esto influido, sin duda, por el ciego entusiasmo con el que esta generación de neocons se ha entregado al arrebato místico de nuevo dios mercado. Poco les falta para dotarlo de personalidad propia, templo y curia, que estos cachondos se permiten escribir sobre la “sensibilidad del mercado” como si estuviera cerca de ser corpóreo y de carne y hueso. Estos chicos están dispuestos a llevarse por delante varios siglos de avances y modelos sociales sin concederse ni una duda o un titubeo: todo es poco para su idolatrado hijo mercado.
Es una moda que hará que la vida de generaciones enteras sea mucho peor que la de generaciones precedentes, en una involución curiosa y muy extraña históricamente, pero que será posible porque la globalización ha llegado al primer mundo y como una mascota mal criada, muerde la mano que le dió de comer. Hace años escribí, a propósito de la noticia sobre la facturación de Austrian Airlines en la India, que llegaría un momento en el que Austrian Arlines debería buscar sus clientes fuera de Austria, porque ese país se habría quedado sin la clase media que llenaba su aviones. Ese momento ha llegado y hordas enteras de trabajadores cualificados hacen cola en las oficinas del paro porque las empresas han descubierto que hay esclavos más baratos en otras partes. Europa –ahora Europa, algún día USA – ve como su sociedad debe retroceder décadas de conquistas a cambio de nada, de seguir dando negocio a las corporaciones que, en pocos años más, abandonarán el reseco cadáver que les alimentó cuando eran pequeñas.
El mundo seguirá mutando; las sociedades cambiarán y los verdaderos motores del mundo, el dinero, el poder y la ambición personal, buscarán acomodo allí donde menos resistencia encuentren para reinar, que eso de los pueblos unidos defendiendo su subsistencia – nunca más derechos, que eso es antiguo – es realmente zafio y ajeno a la limpia observancia de las leyes del mercado.

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