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Esta noche se ha producido una desaparición misteriosa. Según algunos medios de comunicación, en la noche de ayer Zapatero se reunió con los dos líderes sindicales para cerrar acuerdos, sin intervención de la patronal, pero en otros medios sí aparece la patronal como cuarto convidado a la cena de marras.
Este misterio es lógico y puede tener una clara explicación: la actitud de Mariano Rajoy y sus pocas ganas de trabajar, de que se lo den todo hecho con el muerto enterrado y las elecciones ganadas. Mejor o peor, con más o menos acierto o visión, en este país está todo el mundo currando como loco para arreglar la situación. Todos, menos Mariano Rajoy, consagrado a una quietud reptiliana acechando la presa que se le acerca.
Todos trabajan, todos se afanan y uno permanece en la inacción, sabedor de que cada una de sus manifestaciones le compromete, le deja en evidencia ante el ansioso lectorado que busca, en todos lados, la esperanza de una ilusión que llegue de la mano de un político. En esa situación, Rajoy calla sabedor de que la interpretación de ese silencio le favorece: no dice nada porque eliminará el matrimonio gay –dicen unos- suprimirá el aborto –dicen otros – mientras que otros piensan que no hará nada: el electorado especula y Rajoy calla, no da pistas, no ofrece, no se compromete, no se manifiesta: espera que llegue su día, su gran día.
La actitud de Rajoy me parece moralmente deleznable y, aunque de forma remota, incluso políticamente muy peligrosa. Se lo juega todo a una carta, triunfo seguro en la mano de cierre, que asegura que el PSOE está en caída libre; dato cierto pero que, como todos los datos, es fruto de un instante, de una foto que registra el momento. Las elecciones, y Zapatero morirá para llegar, tendrán lugar en el año 2012 lo cual deja algunas rendijas para que el PSOE respire. Vaya por delante que creo que el PSOE se merece perder el poder, lo cual no implica, de forma directa, que el PP se merezca ejercer la responsabilidad de gobernarnos, dos cosas radicalmente distintas. España siempre ha cambiado de gobierno por “defunción”, nunca, salvo el PSOE del 82, que mezcló ambos conceptos, por esperanza, por arrastre, por ilusión. Siempre ha habido “defunciones” –Suarez, González y Aznar llegaron muertos al último asalto- cuando el país ha decidido que “este ya no más” en mayor medida que “firmo este proyecto, me gusta”.
Si en la reunión de ayer estaba presente el capo de los patronos, malo. Si no estuvo, malo también, pero Rajoy se enteró por una educada llamada de cortesía de Moncloa, no porque en la mesa se estuviera sopesando la viabilidad de sus propuestas para sacarnos del pozo. Lejos de esa actitud responsable, el PP ha dejado barra libre contra Rubalcaba, barra libre para seguir envenenado el ambiente con el 11-M, barra libre para consagrar a los corruptos –Camps a la cabeza- en las listas electorales, barra libre para aquellos que se colocan en la carrera para suceder a Rajoy.
El PP es una jaula de tigres hambrientos listos para saltar al cuello de cualquiera y eso no hay quien lo pare: han olido el poder y no conocen ni a su padre. Sólo uno de ellos ha mencionado que hasta el rabo todo es toro y que Zapatero tiene más vidas que un gato. No será él el candidato, pero es posible que tampoco Rajoy sea el próximo presidente de gobierno. Muy complicado, pero sería un justo castigo para esa inactividad inmoral.
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