Los altos páramos de Ávila enlazando los caminos entre Guadarrama y los lejanos picos de Gredos. Un paisaje realmente precioso.
Hoy, cuando el termómetro estaba, más o menos en los -7º o -8º, perdía mis pasos por la linde la provincia de Ávila, allí donde los altos caminos dejan ver la línea de Gredos a lo lejos y los cercanos páramos de altura al alcance la mano. El aire cortaba y se movía con ganas de atravesar los organismos y dejarlos convertidos en mera esencia escachada sobre los arbustos.Los campos altos de Castilla son la personificación de una naturaleza hostil que odia al humano; un hábitat extremo, de fríos cortantes y calores de fuego que consiguen que el hombre les tenga miedo; un miedo atávico y cerval que todavía anida en las olvidadas mantas de los pastores que pelearon con ellos.
Algunas veces, hablando con amigos o conocidos de países de América latina, comentaba que era importante conocer la realidad del clima y de la vida de aquellos que, desde la pobreza más absoluta, buscaban allí una vida más sencilla y menos hostil. Eran duros como piedras, como lo han sido siempre los que han tenido que luchar contra el clima de Castilla o contra el hambre feroz de Extremadura y la injusticia de Andalucía. Así alguien lo duda, que pare a poner gasolina en Soria una noche del mes de Enero y que imagine lo que podría haber sido la vida de un pastor de un pasado no demasiado lejano. Da verdadero miedo pensar en que el coche se pueda estropear.
Hoy el sol patinaba sobre el hielo empujado por el viento; su luz apenas conseguía darle vida a la tierra y eso que lucía con furia, como si se diera cuenta de que le habían alejado de ella para que no pudiera llevarle su cálido viento. Hoy hacía un frío original, un frío sin desgastar, nuevo, recién fabricado para dejar carámbanos en el bigote apelmazado de hielo. Hoy hace el frío que se espera del mes de enero, simplemente.
El agua helada de los aguaderos formando carámbanos que luchan contra el sol.
Últimamente parece que el hombre se ha olvidado de que en invierno hace frío y en verano, calor. Cuando llegan las temperaturas propias de enero o de julio, los medios se llenan de alarma, de espanto, de advertencias, de consejos, como si de verdad, como ha pasado, nos hubiéramos olvidado de vivir en las ciudades y pueblos que tienen, desde siempre, un clima extremado y asesino. España, fuera de algunas zonas litorales y áreas privilegiadas, tiene un interior que parece ideado como forja de hombres duros y despiadados; hombres que saben que ni el hielo ni el sol tendrán piedad si muestran debilidad alguna.
Creo sinceramente que mucha parte de la historia de España puede explicarse conociendo su clima; la avaricia de su tierra seca y pobre, la crueldad de las condiciones de vida consideradas normales y que, de vez en cuando, se asoman a las artes: Los Santos Inocentes, los cuadros de Sorolla, Peñas Arriba y algunos otros testimonios pueden darnos alguna idea de lo que se padecía en nuestro país.
Hoy cuatro amigos se han asomado al alma de una tierra vengativa enmascarada por un sol engañoso: hoy los páramos de castilla han mostrado su alma de hierro y frío mientras nuestros pasos apenas rozaban la historia de sus hambres y el recuerdo de sus pastores helados bajo las mantas movidas por el viento. Hoy hacía frío en Castilla, simplemente.
La tierra y el clima dan a sus habitantes unas características afines a ella. La tierra seca y dura hace a los hombres duros y austeros. La vegetación abundante y cálida hace que quienes la disfrutan sean más proppicios a la holganza.
ResponderEliminarPero de todo hay en todas partes. Yo me quedo con lo mío.
a.m.