Bienvenido a mi blog.

Por favor, participa, deja tu comentario y marca si te ha gustado o no.
Muchas gracias por tu tiempo y tu atención.

sábado, 23 de abril de 2011

MAGIA

Vuelve un amigo de visitar la Alhambra y me hace recordar viejos escritos que hablan de magia.

El hombre ha ido, a lo largo de la historia, buscando lugares en los que fuera posible comunicarse con lo sobrenatural. Las corrientes telúricas surgían en los oráculos, donde sacerdotes y sybilas recogían la fuerza de Gea y con ella se remontaban a los cielos en búsqueda de la sabiduría. Esta corriente se prolongó en la selección de los lugares religiosos de épocas más modernas, en los que la arqueología ha ido decapando la tierra mientras encontraban restos de antiguos cultos y rituales, como si el hombre hubiera percibido que era ése, y no otro, el lugar adecuado para dar cabida al misticismo propio de la especie.
Más tarde, mucho más tarde, el hombre se sintió fuerte y quiso demostrar que el intelecto podía dominar a las fuerzas de la naturaleza y surgieron los jardines reglados, en los que el paseante podía contemplar a la naturaleza “domesticada”; era el jardín de la ilustración, del barroco, era Versalles, Shölbrun, era el enciclopedismo.
A caballo entre esas dos épocas, alguien descubrió que la magia residía en otro concepto, en otra forma de concebir el papel del ser humano; ni dominado ni dominador, un papel más amable en el que se desarrolló una forma de entender la vida, el tiempo y el espacio como un terreno en el que todo juega y todo debe estar en armonía: hombre, paisaje y ritmo.
Era el compendio de una vieja aspiración: el hombre como medida de todas las cosas, cuyo desarrollo pretendía colocar al hombre en un contexto asumible, coherente y comedido. Versalles pretende que el visitante sienta el poder del soberano; el románico que el hombre sienta el peso de la culpa en forma de grandes bóvedas, pesadas y pétreas; el gótico nos eleva al cielo negando la pertenencia del hombre a la tierra en una huida imposible, el barroco nos inunda de vanidad y el neoclásico nos enfrenta al deber, a la estructura y a la vida entendida como trabajo, orden y método.
En medio de esos excesos, a caballo de nada, surge la Alambra, poema glorioso de un pueblo que escapó de la arena y el desierto para encontrar la armonía de la mano de la naturaleza, la cultura y el placer de sentirse feliz en un mundo hecho a la medida de su propio espíritu.
En la Alambra nada es excesivo, todo está cuidadosamente concebido para que los pasos del visitante se acompasen al ritmo de las luces cambiantes y a la cadencia de las sombras. Sin quererlo, tu sombra participa de una coreografía antigua y placentera, como si el resto de la compañía te estuviera esperando para completar la obra. El sol se tamiza en las celosías y juega en los techos, el agua te cuenta historias de honor y romances; de sueños y largas conversaciones envueltas en el aroma de las plantas; el paisaje forma parte de la arquitectura y la sierra refresca el tedio del verano.
A los pies de este santuario mágico, Granada se admira del esplendor de su reinado y rinde homenaje a una reina olvidada en el tiempo que cuenta sabias historias a quien quiera escucharlas.
Hay un poema que se lamenta de la suerte del que nunca entró en Granada, de aquel cuyos pies no se refrescaron en la tierra bendecida por la armonía del Generalife o por el poder de la Torre de la Vela, de aquél cuyos ojos no jugaron con las luces y las sombras  y nunca pudo componer un soneto bajo sus cipreses. Los que no se han asomado desde las ventanas Nazaríes para ver cómo una ciudad se enamora de si misma, nunca entenderán que sus mejores sueños se crearon en la Alhambra, que entre las raíces de sus plantas y en las luces de sus arcos, se esconde el secreto de la verdad, la armonía y el placer tranquilo de saberse uno más en la inmensa obra de la tierra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario