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sábado, 16 de julio de 2011

De la vida de los grupos

Diez o más nacionalidades formando un equipo que disfruta trabajando.
¿Un ejemplo positivo de lo mejor de la globalización?
Sin duda
Como todo organismo vivo, los grupos mantienen una dinámica de nacimiento, crecimiento, madurez...y en cada etapa ofrecen diferentes caras que hay que reconocer, evitar o, si hay suerte, disfrutar. He tenido la inmensa fortuna de participar de los beneficios que los grupos ofrecen, y ahora, cuando ya creía que eso pertenecía al pasado, otra vez me encuentro con la oportunidad de participar del nacimiento de un proyecto dispuesto a convertir a un grupo de personas en un equipo con sueños por conquistar.
Desde muy joven he podido aprender lo que un equipo exige y lo que un equipo devuelve; una dinámica mágica que nadie puede entender fuera del deporte. Hay muchos estudios, conferencias y seminarios dedicados a comparar la dinámica de las empresas con la vida de un equipo deportivo y obtener conclusiones aplicables a la gestión profesional, pero es inútil. Desde mi punto de vista, los grupos, en las empresas, están muy lejos de la intensidad fascista que impone la práctica deportiva, algo que es políticamente incorrecto manifestar pero que es real como la vida misma.
¿Y las empresas? Los equipos, en las empresas, deben aprovechar momentos que siempre tienen una característica común (según mi propia experiencia):un liderazgo capaz de comunicar muy bien los objetivos comunes, dejar libertad de acción confiando en la capacidad de cada uno, integrar las diferencias sumando aportaciones diversas, apoyar cuando hace falta y asumir errores. Lo que yo he vivido me permite asegurar que una empresa que cuenta con ese tipo de liderazgo, que requiere una dirección muy segura de si misma, de sus valores y de la viabilidad del proyecto común, tiene muchas posibilidades de contar con una dinámica muy parecida a lo que el deporte ofrece y que sus miembros se dejen la vida aportando lo que pueden y lo que llevan dentro sin llevar la contabilidad del debe y el haber.
Ejemplos de lo que digo tengo bastantes, pero puede que uno resuma perfectamente lo que digo: a las pocas semanas de desempeñar mi primer trabajo cometí un error de los extraordinarios, dando por seguro un acuerdo verbal que llegó a figurar en los planes públicos del Ayuntamiento de Madrid. Como al final me dejaron con las posaderas al aire y el acuerdo no se firmó, muy digno me presenté en el despacho del que al cabo de los años sería mi amigo José Luis con la obligada carta de dimisión en la mano y todas las disculpas verbales habidas y por haber. Mi jefe leyó la carta, me miró muy serio y mientras la rompía me largó “Tu eres gilipollas. A trabajar y a hacerlo de otra forma”. (Gracias Jefe)
¿Y ahora? Pues cuando ya no esperaba participar otra vez de un proceso semejante, la suerte me ha deparado una posibilidad estupenda para compartir un sueño que vive un momento dulce y que resume lo mejor de la globalización: Improve Digital, empresa holandesa que ha formado un equipo de muchas nacionalidades (de memoria me salen como diez o más) y atendiendo y aceptando, desde una idea central, las particularidades de cada mercado y, lo que es más importante, de cada uno de los perfiles personales y profesionales que componen el equipo. ¿El secreto? Una dirección que busca, de manera casi obsesiva, sumar cada átomo de valor que cada uno pueda aportar. Como es lógico, se busca una normalización adecuada, pero todos podemos, y debemos, sentirnos responsables de hacer mejor y más grande nuestro propio cometido y trabajo. ¿Resultado? Personalmente, disfruto como viendo cómo cada uno manifiesta su forma de entender el trabajo, el proyecto y la estrategia, poniendo de manifiesto su propia experiencia y visión de la jugada. Se aprende un montón y os lo aconsejo vivamente.
No se lo que eso puede durar, pero para alguien de mi generación, que soñó un día con participar de un lejana Europa, partirse la cara con el inglés para poder participar de esta realidad, que resume lo que la CCEE debería haber sido y no es, es una suerte y un privilegio. Al final, me ha llegado mi programa Erasmus, que los compañeros de viaje son jóvenes, tan jóvenes, que a veces hasta consiguen que me olvide de mis años, de mis kilos y de mi reluciente calva. Carpe diem, que nadie sabe lo que el futuro nos depara.

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