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martes, 19 de julio de 2011

Sigue tus pasos


Estaba cansado y la sombra era lo suficientemente fresca y atractiva como para dejarse seducir por la quietud. Bajo el árbol, el camino que dejaba era un desierto de polvo y sol, como si en lugar de unos pocos metros la distancia se hubiera convertido en kilómetros de separación y el frescor que ahora sentía lo separara del agobio del esfuerzo bajo el sol. La sombra había multiplicado la distancia y parecía ofrecerle un mundo lejano y distinto del que había dejado apenas unos pasos atrás.
Entre la sombra de las hojas, el sol se filtraba y se mezclaba con las partículas que siempre llenan el aire del verano para dejar ver figuras extrañas: rayas, puntos, sombras que siempre le recordaban las imposibles siestas de los veranos solitarios; horas en las que no había nada que hacer salvo sudar en silencio sobre la aborrecida almohada. Siesta de mayores que tiranizaba a los niños haciéndoles perder las mejores horas para cazar lagartos tostados de sol o buscar animales del campo perdidos en el insoportable calor del mediodía.
En la cambiante luz de aquél árbol separado del camino se podían resumir veranos enteros de barriada y veraneo; de ciudades quietas y segadores muertos aplastados por el sol, el polvo y el olvido. En la inmovilidad del viento podía recordar las gotas de sudor que empapaban la almohada y en los arabescos de la sombra, el mismo patrón de los puntos de sol llenos de polvo que ascendía siempre, nunca caía para dejarse ver sobre la colcha.
Recuperaba la memoria, mientras su respiración se calmaba, de  la oscuridad rota por los hilos de luz que filtraba la persiana no del todo bajada; los pocos sonidos de algún coche por la calle o el camino de aquél pueblito de veraneo de cuyo nombre nunca se acordó y cuyas chicas nunca lo vieron del todo, como si el veraneante nunca hubiera acabado de ser del todo material, sólo una sombra esquiva que andaba por los campos próximos al río olvidado por el agua y seco de calor y de verano.
Sólo la luz del verano se mostraba plena en su recuerdo; solo el calor y las sombras urgentes de las ramas del árbol que, como si fuera una escalera hacia el cielo, se hacían sólidas gracias al polvo suspendido. De repente, sin aviso previo, una idea se formó en su cabeza sin que pudiera rechazarla por absurda: sigue tus pasos por el recuerdo, sube por ellos y elévate.
Sin pensarlo demasiado, separó un pie de la tierra y lo apoyó en la primera raya de luz que rompía la sombra. Para su sorpresa, el pie se sostuvo en la sombra con firmeza animándole a subir el otro, el que debía confirmar su impulso. Poco a poco, el caminante se elevó por las luces y las sombras perdiéndose en el cielo luminoso de las primeras horas de la tarde.

1 comentario:

  1. Si has sido capaz de subir por esta escalera luminosa, siempre que te encuentres agotado por el sol abrasador del verano´,respirando el gélido ambiente del invierno´o angustiado por el agobio de un día de duro trabajo, volverás a trepar tranquilo y seguro de sentirte con alas que te lleven a lo alto del árbol, envuelto en el polvillo luminoso que se filtra entre las hojas. De nuevo sentirás la felicidad de aquel momento inolvidable.
    a.m.




























































































































    . Te dejarás llevar por el recuerdo de un día y de un momento de paz y de felicidad.
    a.m.

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