El hambre se ha convertido en un excelente vehículo de especulación.
Una vez más, todo vale.
Oigo, y compruebo, que el nuevo Vellocino de Oro para algunos fondos de inversión de las bolsas USA, son los cereales cuyo precio sube como la espuma dejando, en su ascensión, un rastro de muerte y hambruna. Los precios suben por varias causas, todas ellas complicadas de arreglar: el cierre de las exportaciones rusas (relacionado con malas cosechas y sequías), las variaciones productivas de muchos países relacionadas con el cambio climático y la enorme demanda de biocombustibles.
El ser humano ha conseguido un nivel tecnológico impensable hace apenas un siglo, pero nada puede enfrentarse al poder de unos especuladores que operan sobre mercados globales indefensos ante sus actuaciones conjuntas. No somos capaces de poner freno a este azote del Siglo XXI, nos gana las partidas tumbando la economía de naciones, traspasa fronteras y elije a sus víctimas con frialdad, pues el dinero conoce su fuerza y la impunidad de sus acciones.
Somalia se muere de hambre –una vez más – y no hay dinero para arreglarlo. Mejor dicho: hay dinero en los países, pero no hay voluntad de convertirlo en comida para alimentar a una población inane que avanza hacia su desaparición sin mover un dedo. Mueven sus pies tratando de llegar a algún lugar donde conseguir comida, pero la línea del horizonte se escapa de sus ojos y sus fuerzas no alcanzan para hacerles llegar al paraíso; sólo llegan a las afueras de los campos donde los niños son tiroteados o perseguidos como ratas para que no quiten parte de los escasos recursos que llegan de la ayuda internacional.
Es igual, es otra vez y una vez más, igual: me hice persona con los niños que eran objetivo del Domund, con las imposibles barrigas de los niños de Biafra, con Bangla Desh, con Etiopía y con muchos otros horrores que van ocupando apenas unos días de titulares de prensa e imágenes de televisión para ceder, enseguida, tan importante lugar a cualquier otra noticia de corrupción, política o deporte.
Sencillamente: la humanidad ha llegado a un punto en el que es más importante mantener una pequeña parte del beneficio financiero que arreglar el hambre del mundo. A fin de cuentas: ¿Quien, de verdad, pierde el sueño por esas cosas en el primer mundo? ¿Cuantas acciones concretas desarrollamos? Nadie, ninguna: inacción absoluta, indiferencia: algún pesado como yo que llena una pantalla de ordenador con exabruptos que nadie lee y luego, el silencio, el olvido y la normal indiferencia.
No hay hermanos musulmanes, no hay Cáritas o Vaticano, no hay ONU, no hay pollas en vinagre: hay hambre y ese hambre, como el caballo apocalíptico, recorrerá el trozo de tierra que le entregamos para hacer sonar sus cascos y dejar los campos sembrados de cadáveres en lugar de espigas granadas.
Año a año, día a día, el cinismo y la indiferencia de la humanidad se manifiesta con más nitidez y con más crudeza, dejando ver la verdadera esencia de nuestros actos: el egoísmo, la ambición desmedida, la codicia sin límites señoreándolo todo y consagrando al dinero como meta de nuestras sociedades.
Es igual: podremos, con suerte, medio arreglar este efímero episodio de hambre, pero la semilla ha arraigado y el sistema se ha diseñado y consagrado: es necesaria la miseria; el sistema requiere esclavos, requiere materias primas compradas baratas, que luego de transformadas, serán vendidas miles de veces más caras; requiere grandes sumas de dinero prestadas a sistemas políticos corruptos que dejarán a sus habitantes en la miseria. No he podido comprobarlo, pero escuché en la radio que nunca, jamás, estas hambrunas se habían asentado en un país democrático. Es un dato curioso y un mucho espeluznante: el sistema protege a los gobiernos corruptos que viven indiferentes al hambre de sus ciudadanos, a los que ven morir a pocos metros de oleoductos, gasoductos o bancos de pesca que son expoliados por el primer mundo.
Modernas causas del hambre que no se quiere solucionar: el cambio clim´tico es un estupendo negocio para aquellos que pueden especualr con sus funestas consecuencias de sequía y hambre; con los que además, especualn en biocombustibles que necesitan suplantar cultivos alimenticios por otros enfocados a la industria del automóvil y sobre cualquier carencia, siempre el negocio. Como el lema de una de las casas de la serie Juego de Tronos, (lSe Acerca el Invierno) se acercan las guerras del agua; el próximo gran objetivo de la especulación internacional.
Como colectivo, la humanidad es deleznable y vivimos un momento particularmente peligroso: la consagración de la especulación como sistema, del beneficio a corto plazo como única verdad, del domino del hombre por el dinero sin límite moral alguno. Como dice mi amigo Kike, es hora de que la tierra se libre de nosotros, que de aquí no sale nada bueno.
Se puede decir más alto, pero no más claro
ResponderEliminar¿qué se puede decir después de leer estas líneas, con las que no puedo estar más de acuerdo porque no se puede, valga la redundancia? suscribo sobre todo la última frase, somos la peor plaga que haya podido existir jamás.
ResponderEliminarLos animales que nos sobrevivan, y que sean los próximos dueños de la Tierra, sentirán escalofríos de terror sin que sepan que se deben a espantosos recuerdos inconscientes, impresos en los genes, que habrá dejado la raza humana de su paso atroz por este planeta.
ResponderEliminarTodo lo escrito está muy bien, pero no hay acciones concretas, solo generalidades. Grupos guerrilleros somalíes destruyen los envíos de ayuda y matan a personal de las ONGs que los reparten para evitar perder el poder.
ResponderEliminarLa única manera es ayuda directa y simple. Menos guerras en Afganistán y desplegar una fuerza internacional de paz con acciones contundentes: una semana de ataque sobre los señores de la guerra somalíes y la ayuda será repartida y el hambre combatida. Si queremos salvar miles de vidas tendremos que sacrificar aquellas que las ponen en peligro... y en primer lugar están las que allí lo hacen. Ayudemos con propuestas claras, concretas y, si es necesario, duras. Luego empecemos a cambiar la sociedad, si no, todo son palabras, palabras,...
Lo peor de todo es quejarnos sin saber donde ir. Incapaces de hacer nada. La mayor fuerza está en la actuación colectiva, pero quienes se han encargado de educarnos lo saben y nos han dirigido hacia la individualidad. El ser humano individual no se hace frente ni así mismo. Tenemos miedo, perdemos la esperanza, perdemos la vida... Cuando está en nuestras propias manos darle la vuelta a esto y crear un mensaje más optimista y poder creer que se puede hacer y querer es poder.
ResponderEliminarclap, clap, clap!!!
ResponderEliminarve en bici, ponte fuerte, prepárate para lo peor; pero sobre todo, guarda muchas conservas.
sólo sobreviven las cucarachas