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sábado, 13 de julio de 2013

Asesinato de la identidad


Un abrazo, Fernando. Luego no te quejes.

A pesar de ciertas críticas malévolas que me describen como incapaz de escuchar o atender posturas contrarias, me dejo llevar por una recomendación y leo un magnífico ensayo de Amin Maaluf que se llama Identidades Asesinas y que a mi vez, recomiendo vivamente. La recomendación se produce en mitad de una de mis diatribas contra la religión y su perversidad intrínseca, esa que hace que una determinada creencia acabe convertida en aparato y en piedra angular de una estructura social xenofóba, represora y excluyente.

Me advierte mi interlocutor - por demás encarnado en cuñado sabihondo - que no son las religiones, entendidas como creencia personal, las responsables de siglos de sangre tal y como defiende el libro y, cumplido el deber de leer el ensayo, me reafirmo por completo en mi afirmación: la religión lleva un germen asesino en su interior, una enfermedad mortal que reside en la exclusión, en la diferenciación, en considerar al otro, al ajeno, "enemigo de la verdad" bajo múltiples nombres: hereje, descreído, infiel y otros muchos vocablos normalmente precursores de cárcel o muerte.

En efecto, Amín Maaluf va desarrollando su tesis pasando cerca y de puntillas sobre la raíz del mal, rodeándola para no tener que aplastarla como se merece y él lo intuye sin confesarlo con claridad:

"No sueño con un mundo en el que ya no hubiera sitio para la religión, sino con un mundo en el que la necesidad de espiritualidad estuviera disociada de la necesidad de pertenecer a algo.
Con un mundo en el que el hombre, aunque siguiera ligado a unas creencias, a un culto, a unos valores morales eventualmente inspirados en un libro sagrado, ya no sintiera la necesidad de enrolarse en la cohorte de sus correligionarios. Con un mundo en el que la religión ya no fuera el aglutinante de etnias en guerra. Ya no basta con separar la Iglesia del Estado; igualmente importante sería separar la religión de la identidad"

¿Una identidad diferenciada de la religión? Sabe que es imposible pues el origen de la religión, y aquí especulo ejerciendo al máximo mi derecho a la equivocación, puede equipararse al nacimiento de un monstruo de dos cabezas: el miedo a lo desconocido que nos hizo inventarnos dioses que explicaran lo que no podíamos explicar y el enorme poder que la predicción sobre los ciclos y fenómenos naturales otorgaba a una determinada casta. Unir ambas cabezas en el cuerpo de la religión como aparato de poder al servicio de una casta que ordenara la convivencia y protegiera al grupo conocedor del secreto contra aquellos que lo desconocían es algo casi automático. Si a eso unimos eones de evolución en favor de la preservación del gen en el mejor territorio, el cóctel - o producto, como gusta denominarlo mi amigo Curro - es de una solidez extrema.
Los fieles, los iguales se auto proclaman elegidos, únicos, los poseedores de la verdad CONTRA aquellos otros paganos adoradores de "falsos dioses" como si pudiera darse el caso de encontrar alguno verdadero. De hecho, de las miríadas de dioses, cultos, mitos y demás entes divinos, hemos acabado por renegar de casi todos y declararnos, como especie, "ateos" de casi todos los antiguos habitantes del Olimpo. Sólo unos pocos sobreviven en la actualidad defendidos por los poderosísimos aparatos creados en torno a su culto. La exclusión conlleva el enfrentamiento, la guerra, la posesión del territorio y la aniquilación del que amenaza con corromper el mensaje. El autor lo sabe y suaviza el discurso hasta el el exceso:

"Otra observación igualmente obvia pero que conviene recordar cuando comparamos estos dos grandes componentes de la identidad es que la religión tiene vocación de exclusividad, y la lengua no. Es posible hablar simultáneamente el hebreo, el árabe, el italiano y el sueco, pero no es posible ser al mismo tiempo judío, musulmán, católico y luterano; además, aún cuando una persona se considerara creyente de dos religiones a la vez, esa actitud no sería aceptable para los demás."

¿Aceptable? El que tal intentara sería exterminado de manera furibunda hoy en día en muchos países dominados por distintas religiones. No hay matices, no hay salvedades: conmigo o contra mí y eso ha supuesto muerte siempre, en el pasado y hoy en día, a cargo de unas religiones o de otras según ostentaran poder y pudieran controlar la vida de los pueblos en mayor o menor medida. Los talibanes de hoy en día reviven noches gloriosas de autos de fe y hogueras de herejes, pero usan las mismas armas, las mismas bases de exclusión y miedo: exhiben el más alto exponente del perverso potencial de TODA religión, únicamente inocua cuando, como dice el autor, habita, exclusivamente, en la persona como individuo aislado, pero eso es imposible: un sólo individuo aislado del grupo no puede otorgar poder y no puede considerarse religión, solo espiritualidad y eso no es nada, eso es, para el aparato, un librepensador tan peligroso, o más, que un ateo confeso.

Maaluf abandona poco a poco el polvorín de la religión que sabe propenso a explosiones espontáneas para buscar refugio en la obviedad identitaria de la lengua, más dúctil y más proclive a la suma que el fanatismo religioso:

"...se trata de entrar con sentido común en una época de libertad y de serena diversidad, dejando atrás las injusticias que se han cometido sin sustituirlas por otras, por otras exclusiones, por otras intolerancias, y reconociendo a todos el derecho de hacer coexistir, en su identidad, la pertenencia a varias lenguas."

Evidentemente, nada que objetar, de manera que aceptamos los sensatos consejos del autor que, en este caso, nos orientan hacia el dominio de varias lenguas y que cada uno viva con las que mejor le sirvan sin que nadie elimine ni imponga ninguna. Obvio y absolutamente sensato, así que poco que añadir.

De cara al epílogo, la religión queda de nuevo olvidada para reivindicar la pervivencia de la lengua y de las señas de identidad cultural en un párrafo que firmaríamos todos como señal de buena voluntad:

"Cierro no de buen grado el paréntesis para volver a mi propósito inicial y reiterar, en el plano mundial, lo que ya he dicho con respecto a cada país: habría que hacer lo posible para que nadie se sintiera excluido de la civilización común que está naciendo, para que todos pudieran hallar en ella su lengua de identidad y algunos símbolos de su cultura propia, para que todos pudieran identificarse también en ella, aunque sea un poco, con lo que ve surgir en el mundo que lo rodea en vez de buscar refugio en un pasado idealizado"

Es posible que a estas alturas haya alguien que se pregunte que a qué viene todo este ladrillo y viene a cuento de demostrar que, a pesar de la buena voluntad del autor y de mi querido cuñado Fernado, tan bien intencionado como él, salvar a la religión de su perverso destino es imposible a pesar de todos los intentos. ¿La prueba? Por favor, analizar este párrafo:
..tolerante, abierta al diálogo, capaz de hacer autocrítica, y aunque sigue sin interesarme el dogma y soy escéptico ante determinados planteamientos, veo en la religión que se me ha transmitido un enriquecimiento y una apertura, jamás una castración. Ni siquiera me pregunto si para la Iglesia paso por creyente; para mí, un creyente es simplemente el que cree en determinados valores -que resumiré en uno solo: la dignidad del ser humano. El resto no son más que mitologías o esperanzas.

Por aquello no desvelar todo el misterio, os remito al libro para que veáis los factores que para el autor componen ese criterio de dignidad humana. Si alguno de ellos cabe en la ortodoxia de las religiones, que me lo explique despacio, que a mi juicio son imposibles de  incluir en la categoría.   

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