Todavía, hoy, hay que seguir luchando por conocer la VERDAD en lugar de aceptar sus MENTIRAS
Las sociedades humanas no han podido, todavía, desprenderse de una antigua y pegajosa herencia de incultura, miedo, superstición y costumbre, una larga, anciana y enorme costumbre que domina la rutina y la falta de conocimiento; seguimos arrastrando con nosotros el inmenso peso de la religión y lo que ellas implican y significan.
El hombre inventó la religión porque no era capaz de conocer su mundo y la religión le ató a la costumbre y a la sumisión. La religión se adueñó del poder y cohabitó con él, dió armas al poderoso y al injusto para perpetuar su poder y su injusticia. La religión consagró la vida para que los humildes no tuvieran posibilidad de huida y aceptaran esclavitud y miseria negándoles la paz de un suicidio honroso. La religión obligó a conservar la vida del esclavo en favor del amo, pues sin ellos el sistema se hunde.
Hoy se perpetúan los estereotipos y la religión se sigue viendo como algo bueno cuando es y ha sido, la peor de las armas enarboladas por el hombre contra el hombre. Hoy, en pleno siglo XXI, declararse ateo es un acto de auto reivindicación y de coherencia cuando debería ser lo normal; deberían ser los supersticiosos los que tuvieran vergüenza de confesar su debilidad y sus absurdas creencias en aquello que nadie ha podido demostrar. Todavía hoy es más aceptable creer en el ángel Moroni y en su libro de oro que declarase ateo en los Estados Unidos.
Reivindicar lo que debería ser norma supone una buena cantidad de esfuerzo y de situaciones complicadas nacidas de la aplicación de la lógica. (Y lo compruebo cada día por experiencia propia)Hay que estar agradecidos -nos dicen -por el don de la vida y todos contentos, sin analizar lo que la vida significa para, aproximadamente, tres cuartas partes de la humanidad que, sin el auxilio de esa maravillosa herramienta que es la religión al servicio del poder, harían un glorioso corte de mangas a una existencia perra y miserable.
La vida es una extravagancia en un universo dominado por leyes físicas que trabajan para destruirla, un invento espantoso que derrocha recursos y que necesita de enormes cantidades de muerte para exhibir el pobre trofeo de un vivo. La vida no es un don, es una condena que asumimos y vivimos defendiéndonos de sus ataques como podemos, cada quien con las armas que puede y sabe.
Unos recurrimos a lo poco que sabemos de lo poco que conocemos del universo que habitamos y otros, mucho más cómodos y conformistas, recurren a la religión que les promete gloria en otras vidas a cambio de comer abundante mierda en esta: la única de la que tenemos constancia.
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