Estamos metidos en un fregado de tal calibre que el fuego y los heridos nos impiden darnos cuenta de la realidad, de la espantosa realidad: la crisis no es nuestro verdadero problema. La crisis pasará, es sólo dinero y eso tiene arreglo, siempre tiene arreglo porque interesa que la cosa siga igual y como siempre. Nuestro verdadero problema es que estamos podridos; el verdadero problema es que España se ha entregado a un amante infiel que le ha puesto los cuernos y que, en poco tiempo, le obligará a hacer la calle sin remedio.
El verdadero problema de este país es la corrupción y la connivencia social con la que toleramos la corrupción; esa es la verdadera raíz del mal y no hay que buscarla más allá de esa lacra moral que nos domina. Esta crisis nace del ladrillo que ve la luz como el gran hijo de la corrupción: con el ladrillo se pagaron partidos, campañas y candidatos; con el ladrillo se dio un golpe encima de las elecciones para volatizar el dictamen de las urnas madrileñas y nadie pagó por ello; con el ladrillo se alimentaron gobiernos autonómicos enteros a los que sólo les han faltado un par condenas para la mayoría absoluta y los electores, de todos los partidos, han mirado al techo pensando que “los otros, más”.
Ese “y tú más” y “yo en cuanto, pueda”, la tolerancia con al que se admite la mentira y el doblez; la desidia al perseguir cualquier signo de desviación desde la infancia, es el verdadero cáncer y la médula del problema. Decía hace poco un columnista de El País (perdón por la desmemoria), que la corrupción nacía de dentro, que no empezaba desde fuera para alcanzar la médula, sino que nacía de los partidos y creo que se quedó corto: nace de la propia sociedad, de sus usos y costumbres y los políticos son reflejo de la naturalidad con al que aceptamos corruptelas, miserias y chanchullos “que siempre han existido”.
La crisis económica no es problema y pasará, que como dicen los mejicanos “los problemas de dinero no son problema”, pero la estructura cuasi mafiosa de esta sociedad corrompida, sin ética y sin moral, nos mantendrá anclados en la miseria, en el subdesarrollo y en la derrota frente a otras sociedades que si vigilan su valor global.
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