España ha perdido la senda, el camino de lo obvio, las señas de identidad, las referencias de lo que debe ser. España, hoy, no es nada más que un cúmulo de insatisfechos ciudadanos que miran sin ver, que no se alzan no castigan aquello que es punible y sancionable. Nos hemos olvidado de exigir lo que es de obligado cumplimiento, todo vale y la corrupción se ha venido arriba sabedora de que las urnas lo olvidan todo y los votantes aprietan las filas sin darse cuenta de que son ellos los estafados.
Esta crisis se nos está llevando por delante nuestras defensas, nuestras estructuras más íntimas, nos deja desnudos y desvalidos ante la impudicia de la ambición, de la corrupción: asistimos inertes al triunfo de los malos, de aquellos que nos dijeron que no ganaban nunca, pero el caso es que ellos ríen y los demás, lloramos.
Edificamos nuestras vidas sobre lo que creíamos eran sólidos cimientos y resultaron ser arenas movedizas y traicioneras. La sociedad no ha premiado a los honrados y a los trabajadores; el sistema ha bendecido la corrupción y la estafa, nos ha pasado la carga y el tiempo ha venido a redondear la faena, de manera que mi generación asiste, indefensa, a la demolición de sus vidas.
No eran principios, eran quimeras con las que nos manipularon;; vivimos lo que quisieron que viviéramos y ellos, mientras, nos traicionaron para entregarse a la corrupción, el engaño y la estafa. Han cambiado nuestras ilusiones por sus delitos y se han quedado felices y sin castigo. Algunos han tropezado, ni siquiera ha habido bajas reales y permanentes, pero los muertos de nuestras filas se cuentan por millones.
Hoy son los del PP con los papeles de Bárcenas y los ERES del PSOE, pero lo grave es que la gangrena lo ha putrefactado todo, no hay nada limpio en nuestra vida pública y ese desastre nos ha dejado sin nada. Hoy vivimos sin referencias y ni están, ni se les espera: nada bueno vendrá que no sea producto de sangre. Lo veremos, seguro.
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