La política de este país se manifiesta como una excepción en el entorno político occidental y nos abochorna a todos. Aseguro que intentar explicar lo que aquí está pasando no es una tarea agradable cuando uno se pone a hablar con amigos de otros países.
Insistir en la argumentación, repasar los hechos supone un tedio doloroso: Gürtel, ERES, Bárcenas, Palau...todos se han convertido en quistes putrefactos en nuestro cuerpo social. No es que un partido sea peor o mejor que otro; es que la política se ha venido abajo, se ha entregado ala corrupción y a la desvergüenza.
Hoy el oleaje azota a Rajoy con esos SMS que ponen de manifiesto un pasteleo impropio de un presidente de gobierno, pero la pregunta que asusta, por lo menos a mi, es: ¿Dónde está el límite? ¿Qué tiene que pasar, qué se tiene que descubrir para que algún político español se sienta obligado a dimitir?
Si pensamos en la pregunta, la contestación casi surge de forma automática: mejor no saberlo. Mejor que nunca se haga pública la causa de tal excepcional conducta. Si con lo que ya sabemos nuestros políticos no se dan po aludidos, asusta imaginar lo que habría que conocer para que ese ser excepcional se viera obligado a dimitir.
El límite de la perversión se haya tan lejano, que mejor no conocerlo.
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