Ni mar ni tierra ni cielo: solo terror.
Veo, como todos vemos desde el viernes, las terribles imágenes que llegan desde Japón y compruebo una vez más –lo aprendí cuando me toco vivirlo en el D.F. – que nada de lo que el hombre hace vale nada a la hora de hacer frente a la catástrofe. Ni diques, ni barcos, ni carreteras, ni casas: nada vale, nada puede, nada...es igual que tratar de parar una bala con una hoja de papel. Y la tierra sigue, los mares continúan con su ordenada secuencia de mareas y parecen demostrar que una ola, por grande que sea, no es nada, que lo importante es la propia esencia del mar, su permanencia, su impresionante fertilidad, su inmenso desprecio por todo lo que no es su propio poder y destino.
El hombre, esa pequeña parte de la historia de la tierra, pasará como tantas otras especies han pasado y la tierra seguirá su viaje hasta encontrase con su propio destino; una realidad en la que habremos dejado una pequeña huella, muy pequeña pero muy sucia, eso si.
Nada ha pasado en términos geológicos, nada ha pasado que no haya pasado antes y en una escala que ni siquiera podemos soñar: los grandes lagos de Estados Unidos tuvieron un origen catastrófico, por no hablar de otras grandes estructuras geológicas que, según algunos, incluso dejaron huella en las leyendas del hombre. Hay ciertos indicios que, es posible, pueden poner de manifiesto que hubo un día en el que el mar negro y el mediterráneo se unieron y chocaron y las aguas subieron inundando laderas, tierras y campos en un desastre que algunos llamaron diluvio universal.
Nada ha pasado desde el viernes aunque haya explotado una instalación nuclear en Japón, nada ha pasado en Libia y Europa mira hacia la nada que hay al otro lado de la responsabilidad y de la decencia; aunque algunos pensemos que en los desiertos de Libia, además de sangre y de muertos, yace la dignidad de un sueño muerto, frío y traicionado llamado Unión Europea.
Nada es lo que recordarán los muertos de un Tsunami en la historia del hombre, nada es lo que recordará la tierra y nada es lo que nuestra inacción consiente ante la inmensa afrenta de la historia vivida en estos días de vergüenza, sueños, muerte, desolación y esperanza. Es nada lo que el hombre importa y nada es lo que estas letras significan para nada.
No se puede valorar el terrorno se puede medir el espanto ni el dolor de quienes se ven arrastrados por una hecatombe a la que no se pueden dar calificativos.
ResponderEliminar¿De qué nos quejamos nosotros si nuestras vivencias de angustias y sufrimientos se quedan pequeñas ante semejantes escenas de terror ?
Nos creemos fuertes y la naturaleza se empeña en demostrarnos nuestra vulnerabilidad.
a.m.